lunes, 25 de julio de 2011

¿Qué es la Felicidad?

¿Qué hace falta para ser feliz? Un poco de cielo azul encima de nuestras cabezas , un vientecillo tibio, la paz del espíritu. (André Maurois)
Ha tenido que llover mucho, como decimos en Galicia, para que llegase a comprender la gran verdad que se esconde en esta cita.
Todos, absolutamente todos sin distinción, buscamos la felicidad. El problema radica en que ni siquiera sabemos qué es la Felicidad. Algunos la confunden con el subidón de adrenalina, buscando siempre vivencias intensas que provoquen esa descarga, con el consecuente bajón que sobreviene cuando se acaba y la sensación de frustración que acarrea. Otros creen que ser feliz es lo mismo que estar contento, esto pasa muy menudo, y no es así: una cosa es estar contento por haber alcanzado algo que anhelábamos, o divertirse, echarse unas risas y pasárselo bien, y otra es ser feliz. Porque la Felicidad no es algo tan efímero como un estado de ánimo. Y si no es un estado de ánimo… ¿qué es la Felicidad?
La Felicidad es un estado interior, un manantial que brota de dentro, e inútil es buscar fuentes y ríos fuera para apagar nuestra sed: sólo estaremos realmente saciados cuando consigamos que discurra libre, sin impedimentos, ese torrente de agua que llevamos dentro. Por tanto casi podemos decir que ser feliz es una cualidad de la persona como lo es el ser simpático, inquieto u optimista. Lo bueno de darse cuenta de esto es que descubrimos que no dependemos de factores externos para hallar la Felicidad, no es necesario conseguir complicadas metas; la parte negativa es que no se nos da demasiado bien trabajar nuestro interior y es sólo ahí podemos podemos encontrarla.
Y si pese a las dificultades estamos dispuestos a luchar por ello, ¿cómo hacer para convertirnos en personas felices? Pues a la cita del inicio me remito: debemos hallar la paz del espíritu. ¿Y qué es la paz del espíritu? Ese estado interior de calma es algo innato en el ser humano, es un estado fácil, natural, pero que con nuestros miedos, inseguridades y preocupaciones casi convertimos en utopía. La paz interior surge cuando dejamos de odiarnos a nosotros mismos. Sí, lo sé, el 80% de los que leáis esto creéis que no os odiáis, pero yo os digo que la mayoría sí lo hacéis, y sino juzgad por vosotros mismos: Nos odiamos cuando dejamos que la culpa por nuestros actos se convierta en un lastre, sin ser capaces de perdonarnos nuestras pequeñas debilidades, las mismas que nos hacen humanos, y simplemente esforzarnos por hacerlo mejor la próxima vez. Nos odiamos cuando nos repetimos constantemente que no somos capaces, que no podemos, que no valemos. Nos odiamos cuando lo damos todo por otra persona pero no movemos un dedo por liberarnos a nosotros mismos de una situación que nos está dañando. Nos odiamos cuando permitimos que el miedo se convierta en nuestro compañero de viaje; un compañero que no permite que cicatricen las heridas del pasado, que nos recuerda lo inseguro que es el futuro, consiguiendo que el presente se convierta en algo de lo que somos incapaces de disfrutar.
¿Soluciones para desterrar a tan dañino compañero de viaje? Cómo os decía el otro día, esa es la más dura de las  batallas que cada uno ha de librar en su vida. Porque una cosa es ser optimista y otra inconsciente no voy a deciros que sea fácil, pero sí que merece la pena, tanto que es la mejor meta a la que podéis dedicar vuestros esfuerzos. Simplemente tratad de ser conscientes de qué es eso a lo que tanto teméis y que os impide estar en paz, tranquilos. Escuchad vuestro propio pensamiento, daros cuenta de qué frases os repetís, os sorprenderá la cantidad de cosas negativas que nos repetimos a lo largo del día  y que acabamos por creernos; porque como leí el otro día, la fuerza de los demonios internos radica en que nunca nos hemos parados a pensar si es verdad lo que dicen o no, simplemente los creemos.
Este es un camino que debéis emprender solos, con valor, fuerza y persistencia. Yo, por mi parte, seguiré intentando alumbrar el sendero.

martes, 19 de julio de 2011

La vida es bella

Empezaré disculpándome por la tardanza en actualizar el blog. Pero es verano, los viajes y el tiempo de descanso llaman a nuestra puerta, y aceptar su llamada forma parte de lo que es VIVIR.
El destino elegido fue Italia. Italia, Italia… la bellísima Italia, porque en Italia la belleza se convierte en lenguaje, un lenguaje sin palabras, un lenguaje universal con el que transmitir intensas sensaciones. Y más allá de un lenguaje, se diría que hacen de ella una forma de vida, transmitir y contemplar belleza se torna en un fin en sí mismo. ¿Y acaso no lo es? Vivimos rodeados de beldad por doquier, sólo que acabamos por acostumbrarnos a ella perdiendo la capacidad de asombro ante la maravilla que nos rodea, craso error. Ser capaces de valorar y apreciar la hermosura de la vida es uno de los mayores síntomas de estar vivo con mayúsculas. Dejarse embriagar por una melodía que nos eriza la piel, inspirar profundo cuando una suave brisa fresca nos acaricia, sonreír, sin pudor, al pasar frente a la fachada de esa iglesia ante la que pasamos todos los días, demostrando que no ha perdido su capacidad de fascinarnos… no esperar a que sea la última o la primera vez que contemplamos algo para maravillarnos, porque cada una de las 1001 veces que se muestra ante nosotros, es exactamente igual de bello.
Y esto no sólo se aplica a la belleza de la vida sino a todas sus características. Siempre es igual de maravillosa, de sorprendente, irreverente en ocasiones, de cándida y dulce. Lo que varía es el modo en que nosotros la vemos. Porque lo que vemos fuera no es más que un reflejo de lo que llevamos dentro. Aquellos que ven la vida de color de rosa no son personas ingenuas que desconocen su lado amargo, simplemente reflejan en la vida el optimismo que llevan dentro y deciden quedarse con su lado amable. La gente que es capaz de apreciar la belleza de la vida no hace más que reflejar la belleza de su alma.
Desconozco si los italianos la traen de serie pero sí sé una cosa, y es que para ser capaces de apreciar lo bella que es la vida una cosa es indispensable: equilibrio, calma, serenidad, paz interior o cómo queráis llamarle. Ese estado libre de culpa, libre de miedos, de odio a nosotros mismos, reconciliados con los fantasmas que todos llevamos dentro. Y esta es, amigos míos, la más cruda y terrible de las batallas que libraréis en vuestras vidas. Pero también os diré que ese momento en el que decidimos enfrentarnos al monstruo que habita dentro, con el pánico terrible que nos da mirarle a los ojos en vez de fingir que no existe y vivir evitándolo como solemos hacer, en ese preciso instante estamos un peldaño más cerca del paraíso. Porque vivir con miedo, con ira, con culpa, es vivir a medias, porque nunca verá brillar el sol quien no brille por dentro.
Un tema fascinante y complejo el de la búsqueda de nuestro equilibrio y la batalla contra nuestros demonios. Continuará J