viernes, 29 de junio de 2012

Ya has llegado

Te quiero no por quien eres, sino por quien soy yo cuando estoy contigo”

Todos, de algún modo, nos escondemos tras alguna fachada. Con ella intentamos parecer más inteligentes, más atractivos, más simpáticos, más encantadores... en definitiva intentamos buscar así la aprobación de los demás para que nos valoren, respeten y quieran.

Porque el mayor anhelo -muchas veces oculto- de TODO ser humano es que lo amen. Todos nuestros actos van encaminados a eso. Incluso quien escapa a toda costa del amor se está protegiendo para el tremendo dolor que le causaría sentir su ausencia si se acaba. Incluso esa persona adicta al trabajo que descuida a los que le quiere, está en realidad poniendo en práctica el modo que aprendió para encontrar la aprobación de los demás.

Y ese es precisamente el problema, cuando el modo que buscamos para que nos amen es alejarnos de la persona que realmente somos, buscando una perfección que nunca llega, y esperando ese día utópico en que la alcancemos y al fin nos quieran, al fin hayamos llegado a la meta y podamos descansar en paz. Porque todos buscamos la paz, la paz y el amor son dos cosas bien parecidas, hermanas gemelas diría yo.

Si buscamos que nos amen siendo perfectos jamás conseguiremos sentirnos amados. Jamás. Porque NUNCA serás perfecto, asume esto. Sino que cada vez te sentirás más y más frustrado, porque descubirás que cuanto más y más te esfuerzas más camino queda para alcanzar la perfección. El modo para quedarte en paz contigo mismo, para hacerte una persona digna de amar es PERDONARTE. Asumir que no eres perfecto y no lo vas a ser jamás pero que, pese a ello, MERECES que te amen. Esa es la clave: entender que no hace falta ser perfecto para merecer amor.

Eres una persona extraordinaria, lo sé incluso sin conocerte. Lo sé porque tienes sueños, pasiones, anhelos, sentimientos, capacidad de reír y llorar, de emocionarte y apenarte, de disfrutar con lo que te gusta y de entristecerte con lo que duele. Todo eso ya te hace merecedor de que alguien te ame.

Y el día que entiendas eso irás soltando el lastre de la perfección, comenzarás a comportarte tal cual eres, te olvidarás del maquillaje y la corbata. Y entonces, un día, un maravilloso día, alguien se enamorará de ti. Porque nos enamora la gente sin artificios, la gente capaz de mostrarse tal cual es, la gente que no vive en tensión por si comete un error, que no vive siendo irascible ante cualquier crítica. ¿Y por qué nos enamora esa gente? Os digo siempre que tratamos a los demás como a nosotros mismos, y cada vez se me hace más evidente. El que vive enfadado con todo, que salta a la mínima, que todo le crispa, ese está muy enfadado consigo mismo. El que critica, exige y no perdona, ese no se perdona a si mismo. Y por eso, el que se acepta tal cual es, trata con afecto a los demás. Y eso es algo que todos percibimos, cuando alguien no nos juzga, no nos condena, sino que nos da la mano cuando caemos, sonríe ante nuestros errores y nos acaricia cuando menos creemos merecerlo.

Y ese día, en que te hayas liberado de tu máscara y alguien se enamore de quien hay debajo, te quedarás estupefacto porque entenderás que esa persona te quiere aún sabiendo que no eres perfecto! Y cuanto más te quiera por ser como eres más fácil te será serlo y entonces, te enamorarás no solo de ella sino de la persona que eres cuando estás con ella. Y eso es lo más maravilloso que puede pasarte en este mundo, amarte tal cual eres, hacer las paces contigo mismo y dejar de buscarla en cosas extrañas sino que descubrirás que esa paz que tanto corrías y te esforzabas por alcanzar VIVE DENTRO DE TI.

Si quieres llegar y al fin descansar deja de correr: en el momento que pares ya habrás llegado :)

martes, 5 de junio de 2012

No estoy seguro

Ya os he comentado en otras ocasiones que la experiencia no siempre es la verdad; que no todo lo que nos enseña la vida es para bien sino que, en ocasiones, es necesario echar la vista atrás para recuperar parte del equipaje con el que comenzamos el viaje y ha ido quedándose por el camino.

Uno de esas cosas es la seguridad y confianza a la hora de tomar decisiones. De niños o adolescentes tenemos muy claro qué es lo que queremos en la vida y nos tiramos de cabeza a por ello. Sin vacilar, sin “peros” que valgan, con arrojo, con ganas, con fuerza; no hay motivo para dudar, es lo que queremos y saberlo es suficiente.

El problema surge cuando, con el paso de los años, aquellas cosas a las que nos tiramos de cabeza acaban por salir mal. A veces se estropean porque somos nosotros mismos quienes hemos dejado de querer eso que tanto anhelábamos. Otras, pese a desearlo con todas nuestras fuerzas, no hemos podido retenerlo. Algunas, simplemente no hemos logrado siquiera alcanzarlo.

Y entonces llega la frustración, las heridas, el sufrimiento, la decepción; todas esas sensaciones que tanto nos afanamos en evitar.

Y precisamente, como queremos evitarlas a toda costa, permitimos que el haber experimentado estas emociones NOS CAMBIE. Y lo peor es que a menudo cambia lo mejor que había en nosotros.

No puedo ni debo hacer apología de la temeridad ni de la inconsciencia, bien está aprender a sopesar pros y contras y a pensarse las cosas dos veces antes de hacerlas. Pero dos veces son dos veces y no treinta ni cuarenta.

Lo que suele ocurrir es que acabamos por perder la confianza en las cosas, en las personas y en nosotros mismos. Sabemos que lo que hoy anhelamos mañana puede decepcionarnos o incluso podemos ser nosotros quienes perdamos el interés. Llegados a este punto, ¿en qué podemos confiar entonces? En nada, dice esa voz asustada, y comenzamos a tomar decisiones del peor modo posible: solo con la razón y desoyendo al corazón. Y la razón siempre ha sido sinónimo de prudencia, es por eso por lo que digo que comenzamos a pensar las cosas cuarenta veces, a darles mil vueltas, y cuantas más le damos más claro queda que hay peligro. Por eso, la lección que debemos aprender con los años es a tomar decisiones sabiendo que nunca estaremos completamente seguros, porque tras los golpes uno ya nunca vuelve a estar seguro de nada. Y si no lo hacemos, llegaremos a un trágico punto que es bastante habitual: nos quedamos quietos, dejamos de actuar por miedo a las heridas, si no hacemos nada ya no hay peligro, nos encerramos en nosotros mismos poniendo todo nuestro empeño en mantener el orden y las cosas tal como están, y permitimos que el mundo pase a nuestro alrededor sin rozarnos.

Bien, lo hemos conseguido, nada puede ya decepcionarnos porque no nos entregamos a nadie,  nada puede ya salirnos mal porque dejamos de intentar cosas nuevas. Perfecto, lo has logrado, has conseguido alejarte de todo lo negativo y ese día algo se habrá muerto dentro de ti: la capacidad de confiar en que las cosas pueden salir bien, en que las personas pueden tener buenas intenciones, la capacidad de creer en que puede cumplirse… en definitiva el optimismo.

Lo mejor que tienes dentro de ti es la capacidad de dejarte llevar, de permitir que la vida te sorprenda, de VOLAR… ¿Y cómo puedo volver a ser capaz de dejarme llevar cuando ya me he caído y todo ha salido mal y he sufrido? Bien, voy a darte la respuesta, esa fórmula mágica que tanto te afanas en buscar. Acércate, te lo diré bajito y al oído:

Ya todo ha salido mal, ya te han decepcionado, ya has sufrido, ya te han herido y sigues aquí y sigues vivo, ¿verdad? Pues si todo vuelve a salir mal, volverás a superarlo. Es más, si todo vuelve a salir mal, volverás exactamente al punto en el que estás ahora entonces, ¿qué hay que perder? NADA, absolutamente NADA. Y sin embargo, lo tienes todo por ganar. La vida, con sus infinitas posibilidades, con su exuberancia, con la capacidad de sentir alegría, euforia, pasión, de sentir amor y sentirte amado, con su paz, su sosiego, la capacidad de volver a sentir esperanza, de volver a tener un sueño y verlo cumplirse… La vida, con todo eso, te está esperando con los brazos a abiertos. Solo tienes que saltar y confiar. Y si caes, otra vez y luego otra y luego otra y a todo eso le llamarás MI VIDA.