martes, 5 de junio de 2012

No estoy seguro

Ya os he comentado en otras ocasiones que la experiencia no siempre es la verdad; que no todo lo que nos enseña la vida es para bien sino que, en ocasiones, es necesario echar la vista atrás para recuperar parte del equipaje con el que comenzamos el viaje y ha ido quedándose por el camino.

Uno de esas cosas es la seguridad y confianza a la hora de tomar decisiones. De niños o adolescentes tenemos muy claro qué es lo que queremos en la vida y nos tiramos de cabeza a por ello. Sin vacilar, sin “peros” que valgan, con arrojo, con ganas, con fuerza; no hay motivo para dudar, es lo que queremos y saberlo es suficiente.

El problema surge cuando, con el paso de los años, aquellas cosas a las que nos tiramos de cabeza acaban por salir mal. A veces se estropean porque somos nosotros mismos quienes hemos dejado de querer eso que tanto anhelábamos. Otras, pese a desearlo con todas nuestras fuerzas, no hemos podido retenerlo. Algunas, simplemente no hemos logrado siquiera alcanzarlo.

Y entonces llega la frustración, las heridas, el sufrimiento, la decepción; todas esas sensaciones que tanto nos afanamos en evitar.

Y precisamente, como queremos evitarlas a toda costa, permitimos que el haber experimentado estas emociones NOS CAMBIE. Y lo peor es que a menudo cambia lo mejor que había en nosotros.

No puedo ni debo hacer apología de la temeridad ni de la inconsciencia, bien está aprender a sopesar pros y contras y a pensarse las cosas dos veces antes de hacerlas. Pero dos veces son dos veces y no treinta ni cuarenta.

Lo que suele ocurrir es que acabamos por perder la confianza en las cosas, en las personas y en nosotros mismos. Sabemos que lo que hoy anhelamos mañana puede decepcionarnos o incluso podemos ser nosotros quienes perdamos el interés. Llegados a este punto, ¿en qué podemos confiar entonces? En nada, dice esa voz asustada, y comenzamos a tomar decisiones del peor modo posible: solo con la razón y desoyendo al corazón. Y la razón siempre ha sido sinónimo de prudencia, es por eso por lo que digo que comenzamos a pensar las cosas cuarenta veces, a darles mil vueltas, y cuantas más le damos más claro queda que hay peligro. Por eso, la lección que debemos aprender con los años es a tomar decisiones sabiendo que nunca estaremos completamente seguros, porque tras los golpes uno ya nunca vuelve a estar seguro de nada. Y si no lo hacemos, llegaremos a un trágico punto que es bastante habitual: nos quedamos quietos, dejamos de actuar por miedo a las heridas, si no hacemos nada ya no hay peligro, nos encerramos en nosotros mismos poniendo todo nuestro empeño en mantener el orden y las cosas tal como están, y permitimos que el mundo pase a nuestro alrededor sin rozarnos.

Bien, lo hemos conseguido, nada puede ya decepcionarnos porque no nos entregamos a nadie,  nada puede ya salirnos mal porque dejamos de intentar cosas nuevas. Perfecto, lo has logrado, has conseguido alejarte de todo lo negativo y ese día algo se habrá muerto dentro de ti: la capacidad de confiar en que las cosas pueden salir bien, en que las personas pueden tener buenas intenciones, la capacidad de creer en que puede cumplirse… en definitiva el optimismo.

Lo mejor que tienes dentro de ti es la capacidad de dejarte llevar, de permitir que la vida te sorprenda, de VOLAR… ¿Y cómo puedo volver a ser capaz de dejarme llevar cuando ya me he caído y todo ha salido mal y he sufrido? Bien, voy a darte la respuesta, esa fórmula mágica que tanto te afanas en buscar. Acércate, te lo diré bajito y al oído:

Ya todo ha salido mal, ya te han decepcionado, ya has sufrido, ya te han herido y sigues aquí y sigues vivo, ¿verdad? Pues si todo vuelve a salir mal, volverás a superarlo. Es más, si todo vuelve a salir mal, volverás exactamente al punto en el que estás ahora entonces, ¿qué hay que perder? NADA, absolutamente NADA. Y sin embargo, lo tienes todo por ganar. La vida, con sus infinitas posibilidades, con su exuberancia, con la capacidad de sentir alegría, euforia, pasión, de sentir amor y sentirte amado, con su paz, su sosiego, la capacidad de volver a sentir esperanza, de volver a tener un sueño y verlo cumplirse… La vida, con todo eso, te está esperando con los brazos a abiertos. Solo tienes que saltar y confiar. Y si caes, otra vez y luego otra y luego otra y a todo eso le llamarás MI VIDA.

2 comentarios:

  1. sublime!!!!
    jamas hay que perder la ilusion, sin ella no seriamos mas que otra maquina con la capacidad de caminar.

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  2. Muchas gracias.

    Sí, estoy de acuerdo, la ilusión es lo que nos mantiene vivos y da sentido a nuestra existencia :)

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