miércoles, 21 de diciembre de 2011

Sé fiel… a ti mismo.

“Sé tú mismo e intenta ser feliz pero, sobre todo, sé tú mismo” Charles Chaplin
No puedo estar más de acuerdo con esta frase.
Está claro que todos queremos ser felices y que la búsqueda de esa sensación es lo que motiva todos nuestros actos, y yo siempre os digo que así ha de ser porque nada hay más importante. Pero deja de serlo si para ello hemos de perder nuestra esencia.
En primer lugar no tiene sentido vivir sin ser uno mismo. Estás aquí para ser la persona que eres, has nacido con unas cualidades y no otras porque así es como ha de ser y tu magia, tu encanto es ser como eres. Esos pequeños defectos, esas peculiaridades, esas debilidades forman parte de la persona que eres y ser otra cosa… sería como intentar que un gato tenga las virtudes de un perro. No, un gato es un gato y que intente ser un perro, por muy maravilloso que sea ser un perro, no tendría sentido alguno. Además, es IMPOSIBLE ser feliz sin ser uno mismo, jamás hallaremos esa ansiada paz interior sin ser quienes realmente somos.
Y si esto es así, ¿por qué con tanta frecuencia intentamos ser algo que no somos? Pues lo hacemos por buscar la felicidad, ignorantes de que cada paso que damos en esa dirección nos aleja de ella. Lo hacemos para buscar el reconocimiento y la admiración de los demás. Creemos que nos sentiremos felices si los demás aprueban nuestro comportamiento porque nos pierde esa sensación, nos encanta que nos reconozcan. Y por supuesto no voy a discutirlo, es agradable que los demás nos valoren pero es agradable que nos valoren TAL COMO SOMOS, sin embargo esa valoración se convierte en una condena cuando para obtenerla hemos de fingir lo que no somos. Esa es la parte que desconocemos hasta que ya nos hemos metido en ella y comprobamos el esfuerzo y angustia que nos causa esa fachada constante, esa preocupación constante por la imagen que damos. Piénsalo. Esa excesiva preocupación por los otros, esa ansiedad por hacerlo bien y no equivocarte, porque los demás estén a gusto… no es agradable vivir así, tan preocupado, y desde luego en nada se parece a la felicidad.
Siendo nosotros mismos puede que la vida no vaya a ser perfecta, puede que desagrademos a muchos, puede que no estemos a la altura de lo que esperan de nosotros pero sí lograremos una cosa que no vamos a lograr de ningún otro modo: encontrarnos en paz. Y eso sí es lo más importante de este mundo.
¿No te encantaría dejar de estar preocupado por los demás, intranquilo por si haces las cosas bien y estar a gusto con la persona que eres? Pues no tienes que hacer más que atreverte a ser tú mismo.
¿Cómo? Es muy fácil. El corazón siempre te da señales de cuando estás yendo a favor o en contra de ti mismo, en el fondo lo sabes, sabes cuando estás haciendo lo que realmente quieres y sientes o cuando estás actuando por temor a lo que piensen, a fracasar (que es al final temor a lo que piensen, a tu corazón no le importa que te equivoques, él solo quiere que seas tú, nunca te va a juzgar ni condenar).
Sé fiel a ti mismo. Porque vivir sin serlo no tiene sentido alguno.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Ni contigo ni sin ti

¿Por qué es tan frecuente eso de escapar de lo que más ansiamos?
Es más fácil verlo en los demás, por supuesto, que en nosotros mismos pero casi todos lo hacemos. Pensad en cuanta gente hay que dice que no quiere algo y nosotros los vemos y pensamos: “decir dirá que no pero se le ve a la legua que eso es lo que quiere” porque sus actos, su lenguaje corporal y mil cosas más de esas que no engañan así lo demuestran, no obstante es bien cierto que hacen todo lo posible por huir de esa situación.
¿Por qué?
Porque aquello que más ansiamos es en lo que más nos angustia fracasar. ¿Y si al hacer realidad el sueño no está a la altura de lo maravilloso que luce en nuestra cabeza? ¿Y si no somos capaces de hacer lo necesario para que salga bien? ¿Y si sí lo logramos pero sólo por un tiempo? Y si… y si… y si… siempre los “y si…” que tanto nos limitan.
Y esto se da mucho en temas sentimentales, dónde creo que a todos nos pasa un poco. El mundo está lleno de hombres y mujeres que dicen querer tener una relación sentimental pero a la hora de la verdad buscan excusas a todo aquel con quien pueden materializarlo y lo alejan de su lado. Porque tenemos miedo. Miedo a que la relación nos exija más de lo que podemos (o queremos) dar, miedo a no estar a la altura, miedo a que salga mal… cada uno que elija la suya, yo por mi parte me quedo con la primera que creo que es también la más común. Creo que tenemos un altísimo nivel de autoexigencia y en nuestra cabeza pensamos que si estamos con alguien TENEMOS QUE dedicarle todo nuestro tiempo, cumplir todas sus expectativas, estar siempre disponible y un largo etc que agobiaría al más pintado.
La solución es bien fácil, basta con cambiar el chip (lo sé, siempre es la solución que os doy para todo pero es la que es, cambiar el modo de ver las cosas lo arregla todo) y recordarnos que no tenemos que dejarnos de lado a nosotros mismos ni nuestras preferencias ni nuestro tiempo de ocio por el hecho de que alguien haya entrado en nuestra vida, porque tú siempre serás el amor de tu vida y es al primero que tienes que hacer feliz. Y la otra persona ha de saber entender eso si realmente nos ama y pretende tener una relación sana con nosotros.
Ya veis, sencilla solución, otro cantar es aplicarla, como siempre. Cuando lo haya hecho os aviso ;)

sábado, 3 de diciembre de 2011

¿Jugamos?

"La Vida es un juego, no un enfrentamiento. Los niños la jugamos, los adultos se disputan el marcador"
Hoy, recién levantada, escuché esta frase y me gustó porque es una verdad como un templo. Los niños nacen sabiendo VIVIR y somos los adultos los que, con toda nuestra racionalidad y falsa madurez, acabamos limitándonos a existir. Así, sacrificamos el mayor don que se nos ha concedido –la capacidad de vivir- en aras de los más variopintos objetivos, de anotar tantos en nuestro marcador, un éxito que nada puede aportarnos porque estamos muertos por dentro.
Y es que, en algún punto del camino, comenzamos a buscar la felicidad en los resultados que se infieren de nuestras acciones. Así comenzamos a sacrificarnos, una palabra tan utilizada por los mayores, y muy descriptiva ya que la Vida jamás ha de ser un sacrificio. Pero lo hacemos, comenzamos a dejar de lado la felicidad del momento en la promesa de una felicidad futura que siempre se nos escurre como agua entre los dedos. Entonces cada vez nos esforzamos más y cada vez la recompensa ha de ser mayor para justificar todo nuestro esfuerzo, y como nunca llega perpetuamos ese bucle que no conduce a ningún lugar salvo a dilapidar nuestra Vida.
Pero las cosas son mucho más sencillas, tanto que la solución nos parece demasiado fácil y nunca la aplicamos. Somos adultos hechos y derechos y queremos complejas soluciones e intrincados logaritmos que nos conduzcan a la satisfacción. Si eso es lo que buscáis, no puedo ayudaros, pero si por un segundo podéis abrir vuestra mente tal vez pueda aportaros algo:
Deja de correr y descubrirás que ya has llegado.
Porque no hay ningún objetivo que alcanzar, no hay nada que DEBAS hacer, no hay que sacrificarse, no te esfuerces tanto, no te pongas tantas metas; sólo juega, solo disfruta con el camino. Los niños saben que la Felicidad no es una meta sino un camino, ellos simplemente disfrutan haciendo lo que hacen, no esperan conseguir nada con ello, es un fin en sí mismo, somos nosotros quienes les preguntamos por la finalidad de lo que hacen y les inculcamos que hay ciertas cosas que no conducen a nada.
Y si somos capaces de tomar esta actitud infantil ante la vida, simplemente jugando y disfrutando de lo que hacemos sin esperar marcar ningún tanto, VIVIR se convierte en algo muy sencillo y tomar decisiones, eso que tanto nos atormenta, también. Sólo hay que hacer aquello que nos haga sentir bien, ya no hay que sopesar a que nos conducen las cosas, si es lo mejor o lo más consecuente. Ya tan sólo se trata de VIVIR, jugar y disfrutar.
JUGUEMOS J

martes, 22 de noviembre de 2011

Cómo convertirte en un sinvergüenza

La vergüenza y la timidez son sensaciones bastante comunes que todos experimentamos en unas u otras circunstancias. El problema surge cuando permitimos que nos paralicen y nos limiten de hacer las cosas que queremos hacer.
Realmente la vergüenza no es más que el miedo al ridículo, al “qué pensarán de mí si hago o digo tal o cual cosa” y surge de esa necesidad de aprobación que buscamos en los demás. Y son tan fuertes esas ansias que tenemos por obtener el beneplácito de los otros, que por miedo a perderlo dejamos de hacer algunas de las cosas más maravillosas que la vida nos ofrece. No pedimos una cita a esa persona por la que nos sentimos atraídos, no nos apuntamos a esa actividad que nos gusta, no nos permitimos comportarnos cómo nos apetece en cada momento…
Para superar la vergüenza y la timidez se han esgrimido las más variopintas técnicas. Albert Ellis proponía hacer repetidamente cosas vergonzosas hasta que la sensación desapareciese. Entre las que recomendaba se encontraban anunciar a voz en grito las paradas del metro o atar un plátano a la correa del perro y pasearlo por la ciudad. He de reconocer que me parece un método la mar de divertido, pero en cuanto a efectividad parece ser que  lo es más cambiar el chip en nuestro interior. Porque si os dais cuenta en este blog siempre estamos hablando de lo mismo, de algo tan simple como cambiar de perspectiva. Si algo resulta doloroso, dañino, nos hace sufrir o nos crea ansiedad es porque lo estamos enfocando por el lado equivocado. Siempre, siempre, siempre existen otros puntos de vista desde los que ver las cosas, es cuestión de moverse un poco del lugar en el que estamos acostumbrados a observar el mundo (algo no tan sencillo, lo sé, somos animales de costumbres) y la panorámica cambiará.
Así, en este caso, basta enfocarlo desde el punto de vista de lo que nos estamos perdiendo en vez de pensar en lo que puede salir mal: ¿Y si esa persona nos dice que sí a la cita que le proponemos? ¡Qué subidón tan bueno!, y nos lo habríamos perdido por la absurda vergüenza. Y así con todo lo que nos apetece hacer, porque si nuestro objetivo en esta vida es VIVIRLA con mayúsculas y no limitarse a meramente existir, ¿compensa dejar de hacer lo que nos sale de dentro por miedo a lo que opinen los demás de nosotros?
También nos ayudará a superar la timidez y la vergüenza el darnos cuenta de qué nos hace realmente valiosos como personas. Los demás no nos quieren porque proyectemos una imagen intachable, ni porque tengamos las palabras adecuadas para cada ocasión, ni porque hagamos lo que se espera de nosotros ni ninguna de las superficialidades en las que solemos buscar la aprobación ajena. Al final lo que nos hace admirables, y al mismo tiempo lo que nos hace sentirnos a gusto con nosotros mismos que es lo más importante, es nuestra capacidad para VIVIR. Admiramos a las personas que están vivas, que emanan pasión por cada poro, que actúan en consonancia con lo que sienten porque eso confiere una fuerza a su modo de comportarse que les hace brillar con luz propia.
Por todo esto, si realmente quieres VIVIR, si quieres dejar de limitarte a ti mismo, si quieres dejar de perderte lo mejor de la vida, entiende que el mejor modo de perder el miedo a hacer el ridículo es hacerlo, pero hacerlo tan convencido que disfrutes de ello tantísimo, con tanta pasión, que nadie pueda juzgarte por ello, sino que solo puedan envidiarte por ser capaz de ser tan auténtico J
“¿Qué hace la gente débil? Su necesidad de validación y reconocimiento” (Paulo Coelho)

martes, 15 de noviembre de 2011

¿De qué te preocupas?

Preocuparse es inútil.
Para empezar, no sirve absolutamente para nada, preocupándonos por las cosas negativas que puedan suceder no vamos a conseguir evitarlas. Para seguir es una pérdida total de energía positiva, nos consumimos con lo que todavía no ha ni sucedido.
Lo sano es ocuparse, no pre-ocuparse. Es decir, si sucede algo negativo pues nos ocupamos de ello, lo solucionamos si es posible y lo aceptamos si no lo es. Pero preocuparse es absolutamente inútil: no soluciona nada y mucho menos acepta; más bien preocuparse, con la angustia que conlleva, es lo opuesto a la aceptación.
Nos gastamos la vida preocupados casi siempre por algo. La gran mayoría de las cosas jamás llegan a suceder, simplemente son elucubraciones negativas de la mente, otro amplio porcentaje sí sucede pero no pasa nada, la vida sigue y no resulta ser tan dramático como imaginábamos ni mereció la pena perder nuestro tiempo amargándonos por ello.
Pero si somos conscientes de nuestro poder podremos soltar los lastres de la “amargura etérea” y simplemente ser felices con el presente. Si sabemos que todo aquello que tenga solución lo solucionaremos, porque somos personas luchadoras, porque sabemos de nuestra fuerza interior, no hay de qué preocuparse. Y si sabemos que todo lo que no tiene solución puede aceptarse también podremos estar tranquilos. Aunque bien sé que esta es la parte complicada.
Nos cuesta la aceptación en todos sus sentidos. Nos cuesta aceptar a los demás tal como son, nos cuesta aceptar las circunstancias que nos rodean, nos cuesta aceptar la vida tal cual es. Pero como dije en posts anteriores, cada vez estoy más convencida de que la aceptación tiene mucho que ver con la madurez. Dejar de comportarse como niños caprichosos que quieren esto o aquello y están convencidos de que no podrán ser felices hasta que lo tengan. Es muy sencillo darse cuenta de que el niño tiene una rabieta, pero que si deja de obsesionarse porque no tiene ese juguete puede disfrutar con los que sí tiene. Pero no nos resulta tan fácil percatarnos de que tenemos mil motivos en nuestra vida para ser felices aunque nos falten algunas cosas que deseábamos. Todo depende de en qué enfoques tu energía, si te centras día y noche en ver lo que no tienes o en ver aquello que no salió como querías, serás un infeliz. Pero para recobrar la calma interior basta con aceptar las cosas tal como son, hacer las paces con la vida y saber que de todo se aprende y girar la vista hacia todo lo que nos ha regalado para sí ser felices.
“El tiempo es el mejor autor, siempre encuentra el final perfecto”, dijo Charles Chaplin, y ésta es una gran verdad. La vida siempre va tejiendo las cosas de modo que va sacando lo mejor de nosotros, va enseñándonos (a base de palos, sí, pero lo importante es aprender, madurar, crecer, ¿se te ocurre algún motivo mejor por el que estás aquí?) pero nosotros nada, nos empeñamos en querer escribir la historia a nuestro modo. Y lo más gracioso es que si las cosas llegasen a suceder siempre como deseamos… pobres de nosotros… no aprenderíamos nada y ¡seguramente tampoco seríamos felices!
Así que si quieres sentirte a gusto y libre de angustias practica la aceptación, con la vida que tienes y frente a los miedos del futuro. Todo es susceptible de solucionarse o de aceptarse entonces, ¿por qué preocuparse?

miércoles, 9 de noviembre de 2011

¿Es amor o deseo?

A diario confundimos el amor con el deseo. Aunque en realidad se parecen bastante poco. Pero ávidos como estamos de sentir, de toparnos con algo que nos dé un vuelco por dentro, ponemos a uno el nombre del otro y nos decimos que ya lo hemos encontrado. Hasta que el Tiempo, como siempre, pone cada cosa en su sitio.
Nacemos sabiendo desear, es lo que hacen los niños cuando se encaprichan con algo de tal forma que parece que toda su felicidad dependa de ello y exigen que su anhelo sea satisfecho. Pero para amar hace falta una gran madurez interior. Y no hablo sólo del amor sentimental.
Basta una rápida comparativa para entender la gran diferencia existente entre ambos y como e menudo nos limitamos a desear llamándolo amor: El deseo es instantáneo, surge de la nada con una intensidad arrolladora; el amor necesita tiempo para nacer y tiempo para crecer, tiempo para conocer y sobre todo tiempo para ACEPTAR al otro tal como es. El deseo es exigente, cuando deseamos dejamos salir al niño caprichoso que llevamos dentro; el amor no necesita pedir nada sino que se complace simplemente siendo y más aún entregando. El deseo es intransigente, cuando las cosas no se ajustan a su propia satisfacción comienza a mermar, el amor es tolerante, acepta y respeta las cosas tal como son, y ahí reside la madurez.
Tras este pequeño análisis se hace sencillo distinguirlos y más que evidente constatar como abunda el deseo camuflado de amor. Cuántas personas conocéis que dicen estar enamoradas y apenas saben de quién, no han tenido tiempo a conocerse, y así tan rápido como surge el sentimiento tan rápido se decepciona, en cuanto ve algo que no le gusta se molesta y comienza a mermar; y aún cuando pese a todo perdura en el tiempo, sólo sabe buscar su propia satisfacción en la otra persona, intentando moldearla a sus intereses para obtener beneficio de la situación.
Pero si esto sucede así es porque amar es difícil, amar cuesta tiempo, esfuerzo y madurez. Y vivimos en la sociedad del ahora ya, rapidito y que no cueste mucho esfuerzo. Pero como siempre os digo, si tenemos el valor y la constancia de intentar ir un paso más allá, la recompensa merecerá la pena.
Y el mejor modo de aprender a amar es practicando con todo lo que nos rodea. Si somos capaces de dejar de ser caprichosos con la vida, sin enojarnos cada vez que las cosas no salen como queríamos; si somos capaces de aceptar a las personas que nos rodean tal como son, en lugar de juzgarlas constantemente; si somos capaces de entender que la belleza está en el camino en lugar del destino… entonces estaremos aprendiendo a amar la vida y, como dice Ismael Serrano: “Amo tanto, tanto la vida que de ti me enamoré”.

martes, 1 de noviembre de 2011

"El Principito", la verdadera madurez está en el corazón.

Hoy voy a haceros una recomendación literaria, una pequeña gran joya para todo aquel interesado en aprender a VIVIR y no limitarse a existir: El Principito.
El Principito es un libro escrito con un modo infantil de ver el mundo. Y utilizo “infantil” en el mejor sentido del término, esto es,  como sinónimo de auténtico. Porque los niños son los más auténticos, siempre actúan en coherencia con lo que sienten, como les sale del alma, y por ello siempre saben lo que realmente tiene importancia. Tenemos mucho que aprender de ellos en ese sentido. Mejor dicho, y en la línea de un anuncio que está ahora de moda, os diré que los adultos tenemos mucho que desaprender.
A través de la mirada del principito entendemos lo absurdo del comportamiento adulto. Él no deja de asombrarse en todo el libro de ese esfuerzo constante por ser personas serias y hacer cosas serias. Observa como los hombres, parapetados tras lo que es “adecuado” y “maduro”, van dejando pasar las cosas verdaderamente importantes en la vida: la curiosidad, la pasión, la capacidad de maravillarse ante la propia vida.
Todo esto da mucho que pensar, vivimos en un mundo dónde madurar significa domar nuestra alma y nuestras pasiones. Ser capaz de dejar de lado aquello que nos estremece el alma por lo que es productivo, dejar de preguntarnos el por qué de las cosas y empezar a  dar por sentado que lo que no tiene respuesta no merece un segundo de nuestro preciado tiempo. Y así nos vamos creyendo más y más maduros cuanto mejor se nos da dejar de sentir, de palpitar, de emocionarnos.
Pero madurar es otra cosa, algo que el principito hubo de aprender con paciencia y tiempo.  Madurar para mí es, sobre todo, perder el egoísmo, la eterna asignatura pendiente, eso que tanto nos cuesta y convierte el mundo en una lugar lleno de inmaduros de cincuenta años. Y lo contrario del egoísmo es el amor, por ello, el mejor modo de madurar es aprender a amar. A amar el mundo maravillándonos con lo que nos rodea, a amarnos y respetarnos a nosotros mismos sin ahogar nuestra alma y a amar a los demás tal como son.
Porque El Principito también habla del amor. Él mismo reconoce que no supo amar y por ello hubo de emprender su viaje. Quería a su rosa pero ¡le costaba demasiado esfuerzo ocuparse de ella! Fue egoísta. Y así empezó a ver los defectos de la rosa, todo lo que le alejaba de ella. Porque eso es lo que hacemos cuando preferimos el egoísmo, nos focalizamos en los “defectos” de los demás, en todo lo que no se ajusta a como somos nosotros, en todo lo que puede desbaratar nuestra vida tal como es: en todo lo que pone en peligro nuestro egoísmo. Pero el principito maduró, y aprendió que precisamente todo ese “esfuerzo” que le suponía cuidar a la rosa, era lo que hacía que existiese un vínculo especial entre ellos. Así, las dos revelaciones que se le dan al principito en su búsqueda son estas:
“No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos
"El tiempo que has perdido con tu rosa es lo que la ha hecho tan importante."
Dos máximas que lo resumen todo: que lo importante sólo es visible al corazón, la razón sólo puede conducirnos a lo serio y lo adecuado, convirtiéndonos en autómatas productivos y consecuentes pero muertos por dentro. Y que si salimos de nuestro egoísmo, si como el principito abandonamos nuestro planeta conocido, comprenderemos que nada puede darnos mayor satisfacción que darnos a los demás, invertir en ellos, sin esperar que sean lo que queremos que sean, sin intentar convertirlos en nuestro reflejo, sólo amar lo que son. El día que sepamos hacer esto habremos aprendido realmente a amar  y, ¿acaso existe algo más importante que hacer con nuestra vida que aprender esta lección? Bueno, tal vez seáis de esas personas serias que tenéis cosas más serias y adecuadas que hacer.

martes, 25 de octubre de 2011

¿Por qué las cosas son tan complicadas?

Subestimamos a la Vida.
Nos enfadamos, nos angustiamos y sufrimos ante las tribulaciones que se nos presentan; no entendemos por qué esto tiene que pasarnos a nosotros, por qué las cosas son tan complicadas, por qué es tan difícil decidir o por qué tenemos la mala suerte de que se nos repita siempre ese problema para el que no tenemos solución.
Y hay una respuesta a todos esos porqués. Tendemos a creer que la vida es puro azar, que las cosas pasan porque sí, y que ello hace que unos tengan mejor suerte que otros. Pues no, el azar existe claro que sí, pero en una ínfima parte. Porque, al margen de la espiritualidad de cada uno, una cosa esta clara: la gran mayoría de cuanto nos acontece es CAUSAL, no casual.
Si no hace más que repetírsete la misma tribulación, es porque no la has resuelto, si algo te ocurre a ti en concreto es porque debes superar eso para poder seguir avanzando en tu camino, si ves la vida complicada es porque estás dejando cosas sin resolver, si tienes repetidamente mala suerte es porque estás teniendo una mala actitud.
La vida no te quiere joder, la vida sólo quiere que mejores. Basta observar la evolución de las especies para constatar esto: el objetivo de la vida es que las especies sean cada vez más eficientes y adaptadas al medio, y el modo que tiene de conseguir esto es poniéndolas a prueba y viendo qué medios se desarrollan para adaptarse a los inconvenientes. Pues contigo hace lo mismo, el mismísimo Charles Darwin afirmó que los seres humanos estábamos hechos para ser felices. Y para conseguirlo la vida ha de ponerte pruebas y obstáculos, porque el único modo de que mejores tu actitud es poniéndote un inconveniente en tu camino, sino te quedarías eternamente como estás, al igual que hace con la evolución: si no hiciese que escaseasen los alimentos o que las condiciones climáticas fuesen extremas, ninguna especie evolucionaría a mejor, se quedaría como está.
Teniendo esto en cuenta, tal vez sea más sano que en vez de enfadarte con la vida y maldecir tu mala suerte, te hagas de una vez por todas responsable de lo que te sucede y entiendas que la solución SIEMPRE está en tu mano. Vale, no puedes cambiar las circunstancias, no puedes cambiar lo que te sucede (ni tampoco es eso lo que la vida quiere) pero sí puedes cambiar tu actitud.
Hay una frase muy buena de Randy Pausch sobre los obstáculos que dice: “Las paredes de ladrillos están allí por una razón: nos permiten demostrarnos cuánto queremos algo de verdad.” La cita encierra dos grandes verdades. Una es que las dificultades que se nos presentan siempre están ahí para enseñarnos algo, y la otra que también sirven para darnos cuenta de hasta qué punto deseamos las cosas. Me despido con una pequeña metáfora al respecto para dejaros pensando:
Un jardinero acaba de comenzar a decorar su jardín y ha decidido que le encantaría tener una rosa en él, son tan hermosas y fragantes… Pero al plantarla descubre que la rosa necesita demasiados cuidados, es frágil y debe trabajar duro si quiere mantenerla en buenas condiciones. Entonces la maldice y se dice que por qué tiene que ser tan complicado, por qué no puede ser como las malas hierbas que crecen libres por doquier y soportan cualquier inclemencia. Se dice que tiene mala suerte en la vida, porque lo que más desea es lo que más difícil le resulta conseguir. El jardinero no comprende que precisamente ser jardinero significa sembrar, regar, podar… en resumen amar a las plantas. Y que sólo podrá aprender a ser un buen jardinero haciendo todo esto. Entonces, no es que la vida sea injusta por ponerle tan difícil tener una rosa en el jardín, simplemente la rosa le está enseñando a ser jardinero y las malas hierbas, que tanto envidia, no pueden enseñarle nada, eso jamás será amor por las plantas. Y ante esta situación el jardinero tiene dos opciones: cambiar de actitud y aprender a amar lo que hace en vez de verlo como un castigo, o renunciar a la rosa. Ahí descubrirá cuán grande es su anhelo.
Y tú, ¿eres un jardinero sin vocación o vas a aprender a amar el duro trabajo que requiere cultivar tu rosa?

lunes, 17 de octubre de 2011

Algo pequeñito

Todos nos sabemos de carrerilla la cantinela de que la Felicidad está en las pequeñas cosas y que hay que saber disfrutar de ellas. Pero lo cierto es que, aunque la repetimos con asiduidad, hacemos caso omiso de tan sabia afirmación.
La buscamos en todo lo grandilocuente, y si puede ser inalcanzable mejor, así tenemos una excusa –de esas que tanto nos gustan– para no ser felices; sin entender que el disfrutar de las pequeñas cosas no es resignación ni fantasía, sino una fuente segura (y abundante) de Felicidad. A fin de cuentas, las pequeñas cosas siempre van a estar ahí, aún cuando todo lo demás falle y se desmorone.
Lo curioso es que, cuando lo vemos desde fuera, sí nos parecen cosas placenteras y dignas de generar placer y alegría, pero parece que nosotros nunca hallamos el momento para entregarnos a su deleite. Tal vez estemos demasiado ocupados amargándonos la vida y dedicando nuestro tiempo y esfuerzos a la acumulación de cosas materiales que jamás nos traerán la tan anhelada paz.
Dedicar una tarde simplemente a disfrutar de una buena novela, de esas que nos enganchan y nos hacen estremecer viviéndolas como propias; prepararse un buen baño caliente en la penumbra de unas velas aromáticas; tumbarse en la hierba, al solcito, a contemplar el paso de las nubes por el firmamento; pasear por la orilla del mar y detenerse a maravillarse con el indescriptible espectáculo del atardecer; saborear una taza de buen café, siendo consciente de su aroma, su sabor, su textura en nuestra boca; escuchar nuestro CD favorito sin hacer nada más que disfrutarlo; dedicar nuestro tiempo a alguna tarea creativa que nos guste, por el simple placer de CREAR; charlar sin finalidad alguna, sólo por el propio gusto de la conversación y la buena compañía, etc., etc., etc.
Haciendo esta reducida lista de las incontables “pequeñas cosas” con que las vida nos obsequia, acabo de darme cuenta de que para ser capaz de disfrutar de la mayoría de ellas hace falta paz interior, estar en calma, serenos, para que nuestra mente no nos perturbe con los pensamientos negativos que suelen acuciarnos cuando echamos el freno y nos tomamos las cosas con calma.
Pero, como a menudo suele suceder con el bienestar emocional, las cosas son a la vez causa y consecuencia, y nos ayudará a encontrar la ansiada serenidad el propio hecho de centrar nuestra atención en estas pequeñas maravillas, olvidando por un momento preocupaciones, recuerdos, o anhelos de futuro: sólo centrando nuestra mente en el aquí y el ahora.
Y tú, ¿cuánto tiempo hace que no te regalas el placer de disfrutar de algo pequeño? Te invito a que lo pongas en práctica, una pequeña cosa cada día, poniendo toda tu alma en ella.
Ya me contarás qué tal J

domingo, 9 de octubre de 2011

Lo tienes todo.

¿Qué diferencia existe entre una necesidad y un deseo? Un deseo es algo que nos gustaría conseguir y que suponemos nos haría ser más felices; nos deleitamos soñando con ello e imaginando lo fantástico que sería alcanzarlo. Una necesidad es algo sin lo que no podemos vivir, por lo que nuestro bienestar emocional depende de ello y si no lo tenemos nos sentimos desgraciados. Como veis, la diferencia más importante radica en que desear algo genera una emoción positiva y necesitarlo una negativa.
El problema radica en cuando, algo que comenzó siendo un maravilloso deseo, lo convertimos en una necesidad que nos angustia. Y he dicho bien: “LO CONVERTIMOS”. Porque somos nosotros, con nuestros pensamientos, quienes decidimos a qué grupo pertenecen nuestros anhelos. Entonces, ¿no hay ningún baremo racional para saber cuando algo es una necesidad o un deseo? Sí, lo hay y a ello vamos.
El ser humano necesita para vivir agua, alimento y unas determinadas condiciones climáticas que son las que se dan en el planeta tierra. Fuera de esto NO NECESITAMOS nada más. No levantes las cejas con escepticismo, esto es la realidad, sino consulta cualquier libro de biología. Y puede que me digas: vale, eso son las necesidades básicas para existir pero yo quiero ser feliz, quiero VIVIR con mayúsculas y para ello necesito más cosas. Bien, es aquí donde entra en juego el baremo de la comparación: hay miles de personas en el mundo capaces de ser felices simplemente viendo cubiertas sus necesidades básicas, lo cual demuestra que puede hacerse y que si tú no lo eres es porque has convertido tus deseo en necesidades.
No necesitas un trabajo fijo, no necesitas un piso en propiedad, no necesitas tener pareja, no necesitas tener éxito… Simplemente te has repetido hasta la saciedad que lo necesitas, que no puedes estar en paz hasta que lo consigas, tanto te lo has repetido que te lo has creído. Pero no es cierto. Son simplemente anhelos que comenzaron siendo un maravilloso sueño con el que te deleitabas y que intentabas conseguir, pero que en algún momento convertiste en algo frustrante por su ausencia que te impide ver todo lo que sí tienes para ser feliz.
Porque ese es el problema de las necesidades: ocupan toda nuestra mente, se hacen constantemente presentes, recordándonos que no tenemos derecho a ser felices porque todavía no hemos alcanzado nuestro objetivo. Por suerte el proceso es reversible, basta con volver a recordarnos que son simples y maravillosos deseos, que no somos menos por no haberlos alcanzado, que nuestra vida y satisfacción personales no dependen de ello, para que nuestra angustia desaparezca y podamos volver a centrarnos en la grandiosidad que nos rodea.
Como siempre, no es tan fácil como escribirlo, cuesta trabajo darse cuenta de esto y esfuerzo el reetiquetarlos como deseos. Pero, también como siempre, puede hacerse J
Y tú, ¿qué falsas necesidades te has creado?

“Lo tienes TODO porque, en realidad, no necesitas NADA”

lunes, 3 de octubre de 2011

Formas de tomarse un helado

Hay muchas formas de tomarse un helado.

Hay personas que deseaban con tanta ansia ese helado, que se lo comen a mordiscos, como si alguien fuese a robárselo.
Otros, no bien han acabado el que se traen entre manos y ya están pensando en ir al quiosco a comprarse otro, ¡no quieren ni imaginar el momento en que se queden sin helado!

Algunos se deleitan tanto contemplando el anhelado dulce que permiten que el chocolate se derrita entre sus manos sin habérselo lLevado siquiera a la boca.

También los hay que tienen tanto miedo a perder aquello que tanto habían anhelado que comienzan a pensar “¿y si se me cae?” Este pensamiento les provoca tal angustia que sus manos comienzan a temblar, nerviosas, aumentando las posibilidades que su miedo se cumpla.

Curioso caso el de aquellos que niegan querer el helado y se limitan a contemplar como los demás lo saborean, autoconvenciéndose de que eso no es para ellos y que en realidad no lo desean. Paradójicamente, su boca comienza a salivar viendo a los demás comerlo.

Y por último están los que lo saborean serenamente, sin prisa ni ansiedad, pero sin eternas pausas que lo derritan, valorando ese preciado y preciso instante en que lo tienen, sin dejar que la angustia por el momento en que se acabe empañe su sabor.


Hay muchas formas de tomarse un helado. Como muchas son las actitudes que podemos tomar frente a nuestros anhelos y deseos. Unas nos harán más felices que otras, del mismo modo que unas formas de tomarse el helado hacen que este sepa mejor.



“Hay muchas formas de tomarse la vida, y algunas hacen que la vida sepa mejor que otras” Yo misma.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Un espíritu aventurero.

Para VIVIR hace falta tener un espíritu aventurero. A fin de cuentas la Vida es la mayor de las aventuras: impredecible, sorprendente y siempre desafiante.
Así, si pretendemos que nuestra existencia se convierta en algo seguro y sin sobresaltos, sin demasiados retos que afrontar, vamos a darnos de bruces con la insatisfacción ya que eso no es la vida, eso es un plan de pensiones. Y en el caso de que, con mucho empeño y persistencia, consigamos reducir nuestra existencia a algo tranquilo y predecible, nos habremos matado en vida, limitando su grandiosidad y desperdiciando el amplio abanico que se despliega ante nosotros.
Por ello tal vez sea más sano y gratificante potenciar nuestra faceta más “Indiana Jones”. Tomarse la vida como una novela de aventuras, en la que nunca sabemos qué va a pasar en la página siguiente y es ese cosquilleo de emoción lo que nos “engancha” a la historia. Del mismo modo ¡engánchate a la vida! Matarías a quién pretendiese contarte qué va a suceder en el siguiente capítulo de ese libro tan interesante, entonces ¿por qué narices quieres saber cómo va a ser tu vida? ¡Relájate y disfruta de la novela! Parece una tontería pero es tan simple como eso, es aplicar ese modo de tomarse las cosas a tu propia vida.
Tal vez alguno piense que su vida le importa bastante más que una novela, por eso es incapaz de tener esa misma actitud de libre emoción. Y yo le respondo: precisamente porque tu vida es bastante más importante que una novela, no la malgastes en ansiedades y preocupaciones sobre cómo va a ser, intentando planear el siguiente capítulo. Si te hace más feliz la actitud que tienes ante una novela que la que tienes ante tu propia vida, tal vez sea hora de cambiarla, ¿no crees? Porque, como siempre os digo, todo se puede aprender y en nuestra mente todo es susceptible de ser pulido.
“Basta un poco de espíritu aventurero para estar siempre satisfechos, pues en esta vida, gracias a dios, nada sucede como deseábamos, como suponíamos, ni como teníamos previsto” Noel Clarasó
“Una filosofía de vida: soy un aventurero, buscando… ¡un tesoro!Paulo Coelho
Una muy buena filosofía de vida, elígela y convierte tu vida en algo emocionante en vez de algo inquietante y perturbador. El cambio de una a otra está en ti, sólo tienes que dar el paso.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Ajustando las velas

Frente a la vida se pueden tener dos actitudes: ir con ella o contra ella.
En una sociedad que potencia valores tales como la capacidad de lucha, la ambición o el inconformismo, es fácil traspasar la barrera y convertir nuestra existencia  en una continua batalla. Y llevamos las de perder porque la vida tiene su propio modo de hacer las cosas y ninguno de nuestros actos va a cambiar eso.
Es difícil abordar este tema teniendo en cuenta que VIVIR también consiste en tener sueños e ir a por ellos. Pero como en todo existe en un delicado equilibrio, un punto medio en el que reside la paz interior. Y ese es siempre el lugar que debemos buscar.
Quizás el mejor modo de explicarlo sea una metáfora. Imaginemos la vida como un curso de agua, impetuoso e impredecible, que nunca sabemos a qué orilla nos conducirá. Si somos personas que sabemos lo que queremos y tenemos muy claro a qué playa queremos arribar, seguramente nos pongamos a nadar contracorriente en los momentos en que el viento no nos sea favorable, luchando por cambiar el rumbo de las cosas. Y no lo vamos a conseguir, la fuerza del agua es más potente, lo único que nos quedará será una sensación de descontento con la vida, la habremos convertido en un enemigo contra el que luchar, que nunca nos da lo que queremos y contra el que hay que batallar constantemente. Una sensación nada agradable.
¿Quiero decir con esto que hay que renunciar a los sueños y metas y simplemente conformarnos con lo que la vida quiera hacer de nosotros? Pues tampoco es eso. Lo que hoy os propongo es FLUÍR con la vida, dejarse llevar con su corriente, disfrutando de los paisajes que os va mostrando por el camino, no dejéis de saborearlos obcecados en vuestro objetivo, embriagaos con la ruta. Dejaros llevar en paz, pero no con una paz abandonada y resignada, sino con una paz despierta, atenta a las fluctuaciones del viaje para así poder aprovechar los cambios de corrientes que puedan favoreceros a alcanzar vuestros sueños. No intentéis remar contracorriente, simplemente dejaros ir y desplegad las velas cuando el viento os sea favorable.
Con esta actitud vais a llegar exactamente al mismo tiempo a vuestra meta, porque cuando el mar está en contra, está en contra, y ninguna de las estrategias que podáis urdir va a cambiar las fuerzas de la naturaleza en vuestro favor. Pero habréis ganado algo: disfrutar del viaje, disfrutar de la vida, convirtiéndola en aliada en vez de en enemiga. Y VIVIR, vivir más experiencias, porque no os imagináis todo lo que dejamos de disfrutar en nuestras vidas obcecados como estamos a veces en conseguir lo que no tenemos.


"La Felicidad es una mariposa que no se deja atrapar, pero si te sientas tranquilamente puede que se pose en tu mano"

sábado, 3 de septiembre de 2011

El valor de los pequeños gestos.

La Felicidad, esa meta que en ocasiones se nos antoja utópica e inalcanzable, se compone en realidad de pequeñas actitudes cotidianas que todos podemos cultivar. Y una de las más sencillas son los gestos.
“La sonrisa es la felicidad instantánea” me decía ayer un amigo, y me pareció una afirmación muy acertada. Cuando sonreímos nos sentimos inmediatamente bien, siempre y cuando sea una sonrisa sincera, claro. Siempre me he fijado mucho en las sonrisas de las personas porque creo que dicen mucho de ellas. Las hay que no sonríen de verdad, es como si hubiesen aprendido esa mueca social pero fuesen incapaces de sentirla desde dentro, de sonreír desde el corazón, y es esa y sólo esa sonrisa la que nos acerca a la felicidad. Y qué decir de la risa. A menudo algo nos resulta gracioso, o divertido, o nos pone contentos y nos permitimos reír pero sólo a medias, ¡qué dirá la gente si nos ve estallar en carcajadas! Pueden tacharnos de políticamente incorrectos o de alocados. Pero si olvidamos las convenciones sociales y nos permitimos reírnos con ganas –aunque el motivo sea una tontería- dejando salir la risa como si de un torrente de agua desbordada se tratase, inundándonos con su fuerza, sentiremos un chispazo de vida, como si una mecha de bienestar prendiese en nuestro interior y nos recordase qué es estar vivos.
Ahora que lo pienso, nuestra sociedad censura la mayoría de los gestos de felicidad que tengo en mente: reír a carcajadas, bailar, cantar por la calle… Inmediatamente tachamos de loco a quien los hace sin entender que, para ser feliz, es necesario un punto de locura. Tal vez simplemente sea la envidia malsana de ver que alguien se siente contento sin motivo aparente, y disfrazamos esos celos de rectitud moral y de corrección social.
Otro de los gestos que traen consigo sensación de felicidad son los abrazos. Es más, es una sensación de doble felicidad, ya que la sientes y al mismo tiempo la regalas, ¿puede haber algo mejor? No puedo estar más de acuerdo con la inciativa de los free hugs o “abrazos gratis”. Porque a todo el mundo le sienta bien un abrazo, es más, hay momentos o situaciones en que realmente necesitamos un abrazo y es increíble como ese pequeño gesto puede hacernos sentir reconfortados y ver las cosas de un modo más amable. Nos sentimos conectados, comprendidos, no estamos solos en el mundo y se hace patente la máxima espiritual de “Todos somos Uno”.
Y si esos pequeños gestos son tan gratificantes, ¿por qué no vamos por ahí regalando sonrisas, abrazos, canciones y caricias? “No estoy de humor para eso”, nos decimos, y nunca lo estaremos si no empezamos a hacerlo. Porque estos pequeños gestos no sólo son una consecuencia de la felicidad sino también una causa.
Así que, no sé qué opinas tú, pero yo creo que este es un fantástico momento para empezar a sonreír, pegarte un baile en el pasillo y dar un abrazo a ese amigo al que vas a ir a visitar.

sábado, 6 de agosto de 2011

Ritmo isleño

Ritmo isleño, ¿qué es eso? ¿Acaso un nuevo tipo de danza? ¿El baile del verano? Nada más lejos, con esta expresión me refiero a una forma diferente de tomarse la vida.
Hace unas semanas tuve la oportunidad de visitar las hermosas y exuberantes Isla Cíes, integrantes del Parque Natural de las Islas Atlánticas. Me fascinaron sus paisajes, la transparencia de sus aguas, sus historias de piratas y monasterios abandonados, su siempre agradable brisa atlántica, su arena aterciopelada y sus verdes colinas; paisajes dignos de grabar en la retina para poder ser evocados en el recuerdo  una y mil veces.
Pero lo mejor de las islas no era su belleza sino algo mucho más etéreo e intangible, difícil de describir pero fácil de percibir: lo que se conoce como ritmo isleño. Y es que en las islas todo se ralentiza, a las pocas horas de permanecer en ellas comienzas a sentir que el tiempo se detiene o, mejor dicho, que deja de importarte qué hora es. Y es precisamente esta falta de preocupación, este abandono de la obsesión constante por el reloj, lo que hace que cada instante sea eterno. En las Cíes descubres que no son necesarias máquinas artificiales que cronometren los minutos y segundos, sino que cada cosa tiene su momento y que no hace falta más que dejarse llevar para descubrir el ritmo propio de las cosas, el pulso de la tierra.
Pocos dichos populares me parecen tan ciertos como el que reza “Quien piensa que su tiempo es oro lo convierte en calderilla”. Por alguna razón, cuando nos empeñamos en exprimir cada instante, cuando ansiamos estirar cada segundo y concentrar el mayor número de vivencias en el menor tiempo posible, una desagradable sensación de insatisfacción se apodera de nosotros. Por el contrario, cuando El Tiempo deja de preocuparnos y simplemente disfrutamos de cada instante único, poniendo todos nuestros sentidos en disfrutar de una sola cosa, una maravillosa sensación de plenitud nos invade. Y decimos, “¿pero todavía son las seis?”, y es que en un solo instante hemos concentrado mayor satisfacción y hemos VIVIDO más que en muchos días y semanas de frenetismo.
Tal vez la causa de esta aparente paradoja no sea más que la paz interior de la que os hablo últimamente. Cuando estamos en paz, libres de tensiones y de ansias, cada momento se hace eterno porque nuestra alma está volcada en ese instante único, ese que jamás volverá pero que a la vez se quedará grabado para siempre. Y es entonces cuando la vida brilla con toda su intensidad, los colores se hacen más vivos, la brisa más agradable y el calor del sol más reconfortante. Así, una vez más se nos hace evidente que la vida siempre es igual de benevolente y maravillosa, cada día que amanece se despliega exuberante ante nosotros regalándonos toda su magia, lo único que cambia es nuestra forma de percibirlo.
Por todo ello, aunque no sea fácil mantener el ritmo isleño una vez que volvemos al continente y los relojes nos persiguen por doquier, merece la pena hacer el esfuerzo de dejarnos llevar más a menudo, disfrutando así de esa paradoja de hacer cada instante eterno.

lunes, 25 de julio de 2011

¿Qué es la Felicidad?

¿Qué hace falta para ser feliz? Un poco de cielo azul encima de nuestras cabezas , un vientecillo tibio, la paz del espíritu. (André Maurois)
Ha tenido que llover mucho, como decimos en Galicia, para que llegase a comprender la gran verdad que se esconde en esta cita.
Todos, absolutamente todos sin distinción, buscamos la felicidad. El problema radica en que ni siquiera sabemos qué es la Felicidad. Algunos la confunden con el subidón de adrenalina, buscando siempre vivencias intensas que provoquen esa descarga, con el consecuente bajón que sobreviene cuando se acaba y la sensación de frustración que acarrea. Otros creen que ser feliz es lo mismo que estar contento, esto pasa muy menudo, y no es así: una cosa es estar contento por haber alcanzado algo que anhelábamos, o divertirse, echarse unas risas y pasárselo bien, y otra es ser feliz. Porque la Felicidad no es algo tan efímero como un estado de ánimo. Y si no es un estado de ánimo… ¿qué es la Felicidad?
La Felicidad es un estado interior, un manantial que brota de dentro, e inútil es buscar fuentes y ríos fuera para apagar nuestra sed: sólo estaremos realmente saciados cuando consigamos que discurra libre, sin impedimentos, ese torrente de agua que llevamos dentro. Por tanto casi podemos decir que ser feliz es una cualidad de la persona como lo es el ser simpático, inquieto u optimista. Lo bueno de darse cuenta de esto es que descubrimos que no dependemos de factores externos para hallar la Felicidad, no es necesario conseguir complicadas metas; la parte negativa es que no se nos da demasiado bien trabajar nuestro interior y es sólo ahí podemos podemos encontrarla.
Y si pese a las dificultades estamos dispuestos a luchar por ello, ¿cómo hacer para convertirnos en personas felices? Pues a la cita del inicio me remito: debemos hallar la paz del espíritu. ¿Y qué es la paz del espíritu? Ese estado interior de calma es algo innato en el ser humano, es un estado fácil, natural, pero que con nuestros miedos, inseguridades y preocupaciones casi convertimos en utopía. La paz interior surge cuando dejamos de odiarnos a nosotros mismos. Sí, lo sé, el 80% de los que leáis esto creéis que no os odiáis, pero yo os digo que la mayoría sí lo hacéis, y sino juzgad por vosotros mismos: Nos odiamos cuando dejamos que la culpa por nuestros actos se convierta en un lastre, sin ser capaces de perdonarnos nuestras pequeñas debilidades, las mismas que nos hacen humanos, y simplemente esforzarnos por hacerlo mejor la próxima vez. Nos odiamos cuando nos repetimos constantemente que no somos capaces, que no podemos, que no valemos. Nos odiamos cuando lo damos todo por otra persona pero no movemos un dedo por liberarnos a nosotros mismos de una situación que nos está dañando. Nos odiamos cuando permitimos que el miedo se convierta en nuestro compañero de viaje; un compañero que no permite que cicatricen las heridas del pasado, que nos recuerda lo inseguro que es el futuro, consiguiendo que el presente se convierta en algo de lo que somos incapaces de disfrutar.
¿Soluciones para desterrar a tan dañino compañero de viaje? Cómo os decía el otro día, esa es la más dura de las  batallas que cada uno ha de librar en su vida. Porque una cosa es ser optimista y otra inconsciente no voy a deciros que sea fácil, pero sí que merece la pena, tanto que es la mejor meta a la que podéis dedicar vuestros esfuerzos. Simplemente tratad de ser conscientes de qué es eso a lo que tanto teméis y que os impide estar en paz, tranquilos. Escuchad vuestro propio pensamiento, daros cuenta de qué frases os repetís, os sorprenderá la cantidad de cosas negativas que nos repetimos a lo largo del día  y que acabamos por creernos; porque como leí el otro día, la fuerza de los demonios internos radica en que nunca nos hemos parados a pensar si es verdad lo que dicen o no, simplemente los creemos.
Este es un camino que debéis emprender solos, con valor, fuerza y persistencia. Yo, por mi parte, seguiré intentando alumbrar el sendero.

martes, 19 de julio de 2011

La vida es bella

Empezaré disculpándome por la tardanza en actualizar el blog. Pero es verano, los viajes y el tiempo de descanso llaman a nuestra puerta, y aceptar su llamada forma parte de lo que es VIVIR.
El destino elegido fue Italia. Italia, Italia… la bellísima Italia, porque en Italia la belleza se convierte en lenguaje, un lenguaje sin palabras, un lenguaje universal con el que transmitir intensas sensaciones. Y más allá de un lenguaje, se diría que hacen de ella una forma de vida, transmitir y contemplar belleza se torna en un fin en sí mismo. ¿Y acaso no lo es? Vivimos rodeados de beldad por doquier, sólo que acabamos por acostumbrarnos a ella perdiendo la capacidad de asombro ante la maravilla que nos rodea, craso error. Ser capaces de valorar y apreciar la hermosura de la vida es uno de los mayores síntomas de estar vivo con mayúsculas. Dejarse embriagar por una melodía que nos eriza la piel, inspirar profundo cuando una suave brisa fresca nos acaricia, sonreír, sin pudor, al pasar frente a la fachada de esa iglesia ante la que pasamos todos los días, demostrando que no ha perdido su capacidad de fascinarnos… no esperar a que sea la última o la primera vez que contemplamos algo para maravillarnos, porque cada una de las 1001 veces que se muestra ante nosotros, es exactamente igual de bello.
Y esto no sólo se aplica a la belleza de la vida sino a todas sus características. Siempre es igual de maravillosa, de sorprendente, irreverente en ocasiones, de cándida y dulce. Lo que varía es el modo en que nosotros la vemos. Porque lo que vemos fuera no es más que un reflejo de lo que llevamos dentro. Aquellos que ven la vida de color de rosa no son personas ingenuas que desconocen su lado amargo, simplemente reflejan en la vida el optimismo que llevan dentro y deciden quedarse con su lado amable. La gente que es capaz de apreciar la belleza de la vida no hace más que reflejar la belleza de su alma.
Desconozco si los italianos la traen de serie pero sí sé una cosa, y es que para ser capaces de apreciar lo bella que es la vida una cosa es indispensable: equilibrio, calma, serenidad, paz interior o cómo queráis llamarle. Ese estado libre de culpa, libre de miedos, de odio a nosotros mismos, reconciliados con los fantasmas que todos llevamos dentro. Y esta es, amigos míos, la más cruda y terrible de las batallas que libraréis en vuestras vidas. Pero también os diré que ese momento en el que decidimos enfrentarnos al monstruo que habita dentro, con el pánico terrible que nos da mirarle a los ojos en vez de fingir que no existe y vivir evitándolo como solemos hacer, en ese preciso instante estamos un peldaño más cerca del paraíso. Porque vivir con miedo, con ira, con culpa, es vivir a medias, porque nunca verá brillar el sol quien no brille por dentro.
Un tema fascinante y complejo el de la búsqueda de nuestro equilibrio y la batalla contra nuestros demonios. Continuará J

martes, 21 de junio de 2011

Excusas

Con demasiada frecuencia ponemos condiciones y plazos a la vida: dejaré de estar preocupado cuando tenga un trabajo estable, ya no estaré estresado cuando los niños sean más mayores, dedicaría más tiempo a mi familia si tuviese un mejor horario, estaría tranquilo si encontrase al amor de mi vida. Lo hacemos constantemente, justificar por qué no estamos relajados, por qué no sonreímos, por qué no nos mostramos pletóricos ante la vida que se despliega ante nosotros, en resumidas, por qué no somos felices, esa expresión que tanto miedo nos da.
Y es que tener un sueño, una meta, un objetivo a alcanzar, es algo maravilloso; son la salsa de la vida y hacen de ella una apasionante aventura. El problema es cuando los convertimos en una condena, no en un extra sino en una condición sine qua non, no en una elección sino en una exigencia. Y lo peor de todo es esas condiciones que nos ponemos no son más que una falacia de nuestra mente.
El mejor modo de demostrar que ninguna de nuestras condiciones es de verdad necesaria, de demostrar que no son más que excusas para no sentirnos bien ahora, es mirar hacia el pasado. Porque a menudo, cuando miramos atrás, pensamos que por aquel entonces sí lo teníamos todo para ser felices, que aquello sí eran buenos tiempos y no ahora. Ya, pero cómo será que cuando el pasado era nuestro presente no nos parecía que las circunstancias fuesen tan idóneas y tampoco acabábamos de estar bien.
Y es que la Felicidad no es más que una actitud ante la vida. ¿Acaso las personas con mejores condiciones y circunstancias idóneas son más felices? Basta echar un vistazo alrededor para desmentir esto, vemos personas que tienen una estabilidad laboral y económica, una bonita familia, y abarrotan las consultas de psicólogos y psiquiatras porque tienen ansiedad, o están depresivos o se sienten vacíos. Y también existe la contra, personas que apenas tienen lo justito y van por la vida con la mayor de las sonrisas.
Y si ser feliz es un modo de ver la vida, quizás no se trate de ponerle condiciones sino de tomar decisiones. Sí, decide ser feliz hoy, toma esa decisión. Decide dejar de postergarla, dejar de ponerle condiciones, dejar de ver fantasmas, dejar de ver lo negativo y los contras, dejar de ver lo que no tienes, los huecos, los puntos negros en la pared blanca. Porque la vida es una enooooooooooooooorme pared blanca, de ti depende si quieres ser feliz con todo lo que te ofrece o justificar tu amargura con esas manchitas que has encontrado. Porque siempre va a haber puntos negros, la pared nunca va a ser COMPLETAMENTE blanca. Si esperas a hallar la plenitud y perfección en tu vida para ser feliz nunca lo serás, entre otras cosas porque siempre encontrarías una excusa para no serlo. Aprende a ser feliz hoy, con lo que tienes hoy, y aprenderás así a serlo siempre: “Los hombres olvidan siempre que la Felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias” (John Locke)
Deja de poner disculpas, deja de justificar tu amargura y simplemente despréndete de ella. No va a ser fácil, desde luego es bastante más sencillo seguir culpando a las circunstancias, pero sí te prometo algo: será más efectivo.

viernes, 10 de junio de 2011

Una zanahoria en un campo de cebollas

El ser humano tiende a la repetición. Pese a todo nuestro potencial creativo, a la increíble red de neuronas que componen nuestro cerebro, a millones de años de evolución y a todos los pensamientos que generamos a lo largo de un día –demasiados–, nos limitamos a repetir ciertos patrones de comportamiento preestablecidos.
Lo de que somos el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra se nos queda corto, porque somos capaces de estar tropezando en ella toda la vida y la única conclusión que extraemos es: “es que he tenido mala suerte” No, coño, ¡vete por otro camino! Pero ahí está el quid, y es que los cambios no nos gustan.
Sé que en mis posts siempre os responsabilizo de vuestro destino, diciéndoos que lo que os pasa es fruto de vuestro comportamiento. Pero con ello no quiero decir que seáis “culpables” de vuestros tropiezos, sólo quiero que seáis conscientes de que, aunque las circunstancias sean adversas, siempre hay un factor para mejorarlas que sí está en nuestra mano: nuestro comportamiento y reacción ante ellas. Sólo que muchísimas veces no lo aprovechamos y nos quedamos culpando al despiadado destino y eso sí que seguro, seguro, que no conduce a nada.
Los seres humanos aprendemos cómo funciona el mundo muy pronto, demasiado pronto, ya en nuestra infancia y adolescencia nos damos cuenta de cómo van las cosas y qué tenemos que hacer para conseguir lo que queremos. El problema radica en que, obviamente, con los años nuestros anhelos y expectativas cambian, pero se da una extraña paradoja: pese a que ya no queremos lo mismo seguimos comportándonos como si así fuese.  Aprendemos a actuar de cierto modo, un modo que nos funciona, hasta que ese comportamiento se convierte en hábito e incluso lo incorporamos a lo que consideramos nuestra personalidad. Y cuando nuestros deseos crecen o se modifican, nosotros seguimos repitiendo un patrón que se ha quedado obsoleto y nos hará tropezar una y mil veces (como en el cuentecito de Bucay del elefante, muy, muy gráfico: http://www.miriamortiz.es/TEXTOS/VElefanteEncadenado.pdf) Ejemplo práctico: una persona que se queja de que todo el mundo bebe y que no conoce a nadie sano, y cuando le preguntas qué hace los fines de semana te contesta que va a botellones, “pero yo no bebo eh, es sólo por estar con los amigos”. Y este ejemplo es verídico porque así somos. Me parece fantástico que ese sea tu grupo de amigos y que te hayas acostumbrado a hacer eso pero si de verdad quieres conocer a alguien que no beba, tal vez deberías moverte también en otros ambientes, ¿no crees? Porque una zanahoria puede acabar en un campo de cebollas por casualidad, pero es más fácil que encuentres una zanahoria en un campo de zanahorias.
Hoy os propongo que penséis qué es eso que anheláis y en lo que fracasáis una y otra vez. Analizad con sinceridad qué queréis y qué estáis haciendo para conseguirlo. Planteadlo como un plan de marketing, analizad objetivo a alcanzar, recursos disponibles y puntos débiles. Y no temáis urdir nuevas estrategias que os acerquen a vuestro objetivo. No tenéis nada que perder, los cambios sólo pueden enriqueceros, abrir vuestros horizontes. Vivimos demasiado encorsetados, la vida es un gran y variado bufé del que nos limitamos a comer lo que un día aprendimos que nos sentaba bien. Alarga la mano, da la vuelta a la mesa si hace falta, y ve a por aquello que tanto te tienta.
Os dejo un vídeo que merece muy mucho la pena. Emilio Duró os lo explicará con mucha más gracia que yo, y la risa ayuda a retener conceptos como él dice. Lo que quiero que veáis empieza en el minuto 5:54 y continúa en el siguiente video. Por cierto, lo de las zanahorias y las cebollas, él lo dice de otro modo… :D :D :D http://youtu.be/UaZ6DkFm8PE

viernes, 3 de junio de 2011

Un alma intacta

Un día de tantos estaba San Pedro sentado a las puertas del cielo, en su mesa de despacho, dónde recibe a los recién llegados y valora cómo han sido sus vidas. Era una jornada tranquila, sin mucho ajetreo, cuando apareció por allí un hombre ya de cierta edad.
–Bienvenido –lo saludó el santo–. ¿Serías tan amable de enseñarme tu Alma?
El anciano, Bernardo se llamaba, asintió, algo inquieto como todos los que pasaban por allí, y puso sobre la mesa la caja que llevaba bajo el brazo.
–Bien, veamos que hay por aquí… –dijo San Pedro mientras abría el paquete.
El otro seguía mirándolo ensimismado, retorciéndose las manos a la espera de su valoración.
–¡Santo Dios!, ¿de verdad es esto tuyo, hijo mío? – exclamó el guardián, mirando incrédulo al hombre–Pero, ¿cuántos años tienes?
–Sesenta y siete, señor –respondió el anciano ya temblando– ¿Qué ocurre?
–¿Qué ocurre? Que esta Alma está intacta –dijo San Pedro mostrándosela.
Era una esfera nacarada, como si de una perla gigante se tratase, con su superficie perfectamente pulida. Bernardo soltó aire, visiblemente aliviado, por un momento había creído que algo iba mal.
–No entiendo cómo has podido conservarla así.
–Bueno –se animó a contar el otro, sonriente–, lo cierto es que he sido muy cuidadoso de no dañarla. Siempre que sentía deseos de hacer algo, me preguntaba primero si eso podría ponerla en peligro, y si la respuesta era que sí pues no lo hacía.
–Oh, ya veo. Entonces no creo que hayas hecho muchas cosas.
–Lo cierto es que no –reconoció el anciano con pesar–, no sabes la de cosas horribles que hay allá abajo, incluso lo que parece bueno también esconde su veneno.
–¿Ah, sí? Cuéntame. Me interesa.
Bernardo sonrió, orgulloso como nunca por haber preservado su alma intacta y que el propio San Pedro estuviese asombrado.
–Pues las personas que parecen buenas, por ejemplo, pueden herirte igualmente porque tal vez desaparezcan de tu vida y te dejen el alma herida. O la esperanza que puede dañar tu alma porque si al final no se cumplen tus deseos sufrirás… Hay que tener mucho cuidado.
–Hmm… ya veo. Entonces tú jamás has amado ni soñado, por lo que veo. Espera un segundo.
San Pedro cogió una caja igual a la que Bernardo traía bajo el brazo, la abrió y sacó una esfera del mismo tamaño que la suya pero muy diferente. Ésta tenía múltiples rasguños en la superficie nacarada, algunos tan profundos que habían atravesado el material. Pero lo que la hacía verdaderamente diferente  era la potente luz que emanaba de los cortes más profundos. Bernardo se quedó encandilado por el efecto de los dorados rayos.
–¿Por qué mi Alma no brilla? –inquirió el anciano, sin entender como un alma tan maltratada podía centellear de ese modo y la suya no.
–Porque la luz proviene del interior de la esfera y para que ésta pueda salir al exterior es preciso cortarla hasta el mismo centro.
–Pero, pero… ¡pero para eso hay que haber sufrido y haberla dañado!
–Exacto. Bernardo, –explicó con dulzura San Pedro– el Alma no está hecho para protegerla con un escudo y mantenerla intacta. Sí, permanecerá sin abolladura alguna pero estará muerta, por eso no brilla. El Alma está hecha para vibrar, para usarla, para sufrir y sentir, soñar y decepcionarse, amar y combatir.
–Entonces, ¿lo he hecho mal? –preguntó, angustiado, el anciano.
–No lo has hecho ni bien ni mal, simplemente no lo has hecho: no has vivido –San Pedro caviló unos instantes antes de proseguir–. Creo que lo mejor que puedo hacer por ti es enviarte de vuelta. Y esta vez, no temas dañarla ni herirla porque, como has comprobado, es de los cortes más profundos de los que emana la luz más potente.
–¿Y por qué sucede así?
–Porque son nuestras heridas las que nos enseñan nuestra propia grandeza. Pero hay que estar dispuesto a herirse para descubrirla.

sábado, 28 de mayo de 2011

¿Buscar la felicidad o evitar la infelicidad?

La vida es una cuestión de elecciones. Sólo que muchas veces no nos percatamos de que fuimos nosotros quienes elegimos ese camino.
Y en esta vida se puede elegir buscar la felicidad o evitar la infelicidad, buscar el éxito o evitar el fracaso, buscar el amor o evitar el desamor. Y no sabéis hasta qué punto estas elecciones marcarán la diferencia en vuestras vidas.
Seguramente la gran mayoría estaréis pensando que vosotros buscáis la felicidad, el éxito y el amor. Claro, por supuesto, es lo que todos queremos. Pero que lo queráis no quiere decir que lo busquéis activamente. Porque si sois de los que tienen miedo al sufrimiento, que evitan a toda costa las sensaciones molestas, que odian sentirse vulnerables, que cambian de rumbo en la vida cada vez que algo negativo hace acto de presencia… Si sois de esos, me temo que tengo que comunicaros que vivís evitando la infelicidad, el fracaso y el desamor en vez de buscando lo opuesto. ¿Y por qué lo aseguro de modo tan tajante? Muy sencillo:
Cualquiera que se proponga una meta positiva en la vida (y no la negación de una negativa) sabe que no va a ser fácil. La vida siempre exige peaje pero no porque sea así de mala, ni así de dura, ni así de puta como a menudo oigo decir. No. Es porque el único modo de llegar a la cima es escalando y no hay más vueltas que darle. Pues esto igual, para llegar a ciertos puntos hay que superar ciertos desafíos, porque si no eres capaz de superar el obstáculo es que no estás preparado para seguir adelante, es así de simple. Para ser feliz, hay que aprender a ser feliz, para tener éxito hay que aprender a triunfar, para encontrar el amor hay que aprender a amar. Y para aprender hay que superar los retos. Yo no vi a nadie que quisiese aprender a hacer algo y no asumiese que le iba a costar: el niño que aprende a caminar se cae un millón de veces, el que corre cien metros vallas tira mil veces la valla antes de aprender a saltarla. Y es imposible aprender esas cosas tomando atajos en los que no haya que caerse, es imposible, porque la condición para aprender es precisamente SUPERAR EL OBSTÁCULO.
Las personas triunfadoras a las que todos admiramos, son personas que se han enfocado en su meta, que era el éxito, y dieron por bueno cualquier precio a pagar con tal de llegar ahí. Se dejaron la piel y el alma superando los obstáculos pertinentes, tuvieron la constancia para seguir, la fe en su objetivo y el coraje para no desistir. Y nosotros los admiramos, queremos ser como ellos, pero cuando las cosas se ponen feas desistimos. Hay un concepto muy mal entendido con respecto al sacrificio: cuando algo cuesta demasiado es que eso no es para ti y hay que buscar un camino “mejor”  por el que transitar, el atajo ese que nunca llega. Y así, convertimos nuestra vida en una huida constante; dejamos los trabajos, desistimos de las metas propuestas, rompemos con nuestras parejas, abandonamos nuestras inquietudes… Sin entender que el camino hacia la felicidad exige pasar por momentos de infelicidad, el camino al éxito momentos de fracaso y el camino al amor momentos de desamor.
El sufrimiento JAMÁS es gratuito, siempre, siempre, trae una lección que enseñarnos. A veces vemos personas que nos parecen muy maduras para su edad, como si hubiesen vivido mucho ya. Simplemente estas personas no han huido de las lecciones, no han buscado utópicos atajos para llegar a la felicidad sorteando los desafíos. Se han quedado en el camino, han persistido, han aprendido su lección y seguido adelante. Y eso los ha hecho más fuertes y más sabios.
Y si el sufrimiento no es gratuito, si los obstáculos sólo son aprendizaje, ¿por qué vives evitándolo a toda costa? ¿por qué abandonas todos los caminos que impliquen sacrificio? Por cierto, cada vez te cuesta más emprender un nuevo camino, ¿a qué sí? Es porque en vez de volverte cada vez más sabio y fuerte superando obstáculos, te estás volviendo cada vez más mezquino y débil huyendo. ¿A qué tienes tanto miedo? ¿A no ser capaz de superarlo? La vida nunca te va a poner una prueba sin darte las armas para superarla. Nunca. Todo lo que necesitas para superar los obstáculos está dentro de ti, sólo que a lo mejor está muy escondido porque no te has molestado en usarlo en toda la vida. Desempolva la espada y lucha.
Quizás la mejor actitud sea atrevernos a coger el camino que realmente queremos tomar (el camino que cogemos para evitar lo negativo no es un camino, es un precipicio que nada puede enseñarnos salvo a caer en un pozo cada vez más y más profundo) y centrarnos en nuestra meta, en lo que queremos conseguir, no perder esto jamás de vista. Eso nos dará fuerza para asumir los obstáculos, que encararemos de frente, sabiendo que no van a matarnos, que no están ahí “para jodernos” sino para enseñarnos. Y cada desafío superado nos dará más fuerza para superar el siguiente. Porque la vida es eso, superar obstáculos, aprender y crecer. No hay más, esa es la única clase de felicidad que conozco.

domingo, 22 de mayo de 2011

Aprendiendo a amar (2ª parte)

“El Amor requiere voluntad. Amar no es sólo un sentimiento poderoso, es una decisión, un juicio, una promesa. Si sólo fuese un sentimiento no podría prometerse amor eterno”
Comenzamos con esta cita de Fromm para recordarnos que el Amor está dentro de nosotros y no en la otra persona, no se trata de encontrar a alguien que traiga una señal divina sobre su cabeza que nos indique que es la adecuada para comprometerse de por vida. Es dentro de nosotros dónde debemos encontrar la capacidad para hacerlo, y para desarrollarla vamos a dar las claves que tenemos que trabajar. Las primeras son comunes a cualquier arte que desee aprenderse y las últimas específicas del Amor, y también más complicadas, pero no imposibles. Nada es imposible.
Para empezar hay que cultivar la disciplina, proponernos una meta e ir dando los pasos para conseguirla. Cuando somos indisciplinados, convertimos nuestra vida en un caos guiado por las sensaciones del momento: “ahora me apetece, ahora no, ahora estoy eufórico por aprender a cocinar, ahora le he perdido la gracia” Aprende a querer algo y perseverar en ir a por ello sino jamás llegará a dársete bien nada. Para ello hay que tener paciencia, si queremos resultados rápidos nunca aprenderemos un arte; hay que aprender a que el tiempo y los obstáculos no nos desmoralicen, sino mantener la motivación centrando nuestra mente siempre en el objetivo a conseguir.
Para amar también debemos superar el egoísmo. Contra lo que podamos pensar, las personas egoístas o egocéntricas no se quieren nada a sí mismas, realmente se odian, lo cual los hace sentirse insatisfechos, y para compensarlo intentan darse caprichos como un sucedáneo de amor a sí mismo. Y como amarnos a nosotros mismos es indispensable para amar hay que superar esto. Hay que dejar de ver el mundo desde nuestro punto de vista para empezar a ser humildes y objetivos; dejar de pensar que el mundo es como nosotros lo vemos, que no todo lo que nos hace sentir mal está mal, esa es sólo la sensación que provoca en ti, tal vez por tus propios miedos o debilidades pero eso no implica que el hecho esté objetivamente mal. Y entender que nuestra opinión sobre lo que hace la otra persona o sobre lo que va a suceder es sólo eso, una opinión. El problema radica en cuando empezamos a ver nuestras sensaciones como algo real, como “la verdad” y comenzamos a actuar en base a ello. Deja de creerte tan listo.
Pero tal vez lo más importante para amar sean la fe y el coraje. La fe es la certeza y firmeza que tienen nuestras convicciones. Para ser capaz de prometer algo hay que tener fe en uno mismo, si sabemos que nuestras convicciones acostumbran a zozobrar a la mínima, si sabemos que cambiamos de opinión con rapidez, malamente podremos comprometernos con nada ni nadie. Y tener fe requiere coraje porque cuando queremos ir a por algo, cuando tenemos una meta, hay que correr un riesgo y estar dispuesto a aceptar el dolor y la desilusión sin que eso nos haga desistir. Los que no tienen fe se aferran a la seguridad y a la tranquilidad por encima de todo, se encierran en un sistema defensivo que finalmente los convierte en prisioneros; las corazas suelen tener esa capacidad: empiezan siendo un escudo para protegernos de lo que tememos y acaban por ahogarnos en su interior. Obviamente, sin fe y coraje no se pueden hacer planes a largo plazo, ya que siempre tememos cambiar de idea. Pero, ¿qué se esconde detrás de estos cambios repentinos de idea? El miedo racionalizado. Me explico: nos marcamos una meta y empezamos con fe y coraje, pero ante el primer imprevisto empezamos a temer no conseguirlo y ¿qué hacemos? Crear justificaciones para dejar de creer en ello. ¡Y nos sentimos superequilibrados, aún por encima!: “No, es que yo soy muy racional, y lo estuve considerando y creo que es lo mejor”. Lo que tienes es una capacidad inaudita para boicotear lo que anhelas porque temes no conseguirlo. No se cambia tan rápido de opinión, cuando algo realmente va mal, se ve a largo plazo, los cambios repentinos los provoca nuestra falta de fe y coraje. Para amar debemos ser capaces de mantener nuestra opinión sobre una persona aunque algunos hechos imprevistos parezcan invalidarla, ser capaces de tomarnos las dificultades de la vida como un desafío cuya superación nos hace más fuertes y no como una señal de que hay que rendirse. Y para todo ello hace falta fe y coraje. Bien, ¿cómo conseguimos tenerlos, entonces? Estando atentos y observar el momento en que perdemos la fe y analizar las racionalizaciones que utilizamos para disimular esa pérdida de fe, reconocer cuando se actúa cobardemente y cómo se justifica. Cada vez que pienses en desistir y tengas un buen motivo recuerda que es el miedo quien te los da y es la fe y el coraje quienes te alientan a seguir, ¿a quién vas a escuchar? Y sobre todo darnos cuenta de que cada traición a la fe, cada vez que creímos en algo y luego lo dejamos por el camino, nos debilita. Y esa mayor debilidad nos lleva a una nueva traición y así a un círculo vicioso en el que acabaremos por no tener fe para empezar nada.
Ahora es momento de poner todo esto en práctica, porque puedes leerte todos los manuales del mundo sobre cómo montar en bicicleta pero sólo lo aprenderás haciéndolo. Y el mejor momento siempre es éste, postergarlo no es más que seguir temiendo. Deja de calibrar si esa persona de verdad va a amarte, si es la adecuada, si va a salir bien, si seréis compatibles… mil y una racionalizaciones que no podrás comprobar ahí sentado. Ten fe en lo que esa persona te hace sentir, ten coraje para superar los inconvenientes que os vengan sin darte justificaciones para abandonar, deja de lado tus intuiciones y opiniones subjetivas sufragadas por la poca estima que te tienes, acepta a la persona como es, perdona sus debilidades porque son las tuyas y ama, ama todo el tiempo. Si lo haces, saldrá bien. Te lo prometo. Porque la vida siempre sale bien: los fracasos no existen, sólo los desafíos que nos hacen cada vez más fuertes, más sabios, más grandes.