domingo, 22 de mayo de 2011

Aprendiendo a amar (2ª parte)

“El Amor requiere voluntad. Amar no es sólo un sentimiento poderoso, es una decisión, un juicio, una promesa. Si sólo fuese un sentimiento no podría prometerse amor eterno”
Comenzamos con esta cita de Fromm para recordarnos que el Amor está dentro de nosotros y no en la otra persona, no se trata de encontrar a alguien que traiga una señal divina sobre su cabeza que nos indique que es la adecuada para comprometerse de por vida. Es dentro de nosotros dónde debemos encontrar la capacidad para hacerlo, y para desarrollarla vamos a dar las claves que tenemos que trabajar. Las primeras son comunes a cualquier arte que desee aprenderse y las últimas específicas del Amor, y también más complicadas, pero no imposibles. Nada es imposible.
Para empezar hay que cultivar la disciplina, proponernos una meta e ir dando los pasos para conseguirla. Cuando somos indisciplinados, convertimos nuestra vida en un caos guiado por las sensaciones del momento: “ahora me apetece, ahora no, ahora estoy eufórico por aprender a cocinar, ahora le he perdido la gracia” Aprende a querer algo y perseverar en ir a por ello sino jamás llegará a dársete bien nada. Para ello hay que tener paciencia, si queremos resultados rápidos nunca aprenderemos un arte; hay que aprender a que el tiempo y los obstáculos no nos desmoralicen, sino mantener la motivación centrando nuestra mente siempre en el objetivo a conseguir.
Para amar también debemos superar el egoísmo. Contra lo que podamos pensar, las personas egoístas o egocéntricas no se quieren nada a sí mismas, realmente se odian, lo cual los hace sentirse insatisfechos, y para compensarlo intentan darse caprichos como un sucedáneo de amor a sí mismo. Y como amarnos a nosotros mismos es indispensable para amar hay que superar esto. Hay que dejar de ver el mundo desde nuestro punto de vista para empezar a ser humildes y objetivos; dejar de pensar que el mundo es como nosotros lo vemos, que no todo lo que nos hace sentir mal está mal, esa es sólo la sensación que provoca en ti, tal vez por tus propios miedos o debilidades pero eso no implica que el hecho esté objetivamente mal. Y entender que nuestra opinión sobre lo que hace la otra persona o sobre lo que va a suceder es sólo eso, una opinión. El problema radica en cuando empezamos a ver nuestras sensaciones como algo real, como “la verdad” y comenzamos a actuar en base a ello. Deja de creerte tan listo.
Pero tal vez lo más importante para amar sean la fe y el coraje. La fe es la certeza y firmeza que tienen nuestras convicciones. Para ser capaz de prometer algo hay que tener fe en uno mismo, si sabemos que nuestras convicciones acostumbran a zozobrar a la mínima, si sabemos que cambiamos de opinión con rapidez, malamente podremos comprometernos con nada ni nadie. Y tener fe requiere coraje porque cuando queremos ir a por algo, cuando tenemos una meta, hay que correr un riesgo y estar dispuesto a aceptar el dolor y la desilusión sin que eso nos haga desistir. Los que no tienen fe se aferran a la seguridad y a la tranquilidad por encima de todo, se encierran en un sistema defensivo que finalmente los convierte en prisioneros; las corazas suelen tener esa capacidad: empiezan siendo un escudo para protegernos de lo que tememos y acaban por ahogarnos en su interior. Obviamente, sin fe y coraje no se pueden hacer planes a largo plazo, ya que siempre tememos cambiar de idea. Pero, ¿qué se esconde detrás de estos cambios repentinos de idea? El miedo racionalizado. Me explico: nos marcamos una meta y empezamos con fe y coraje, pero ante el primer imprevisto empezamos a temer no conseguirlo y ¿qué hacemos? Crear justificaciones para dejar de creer en ello. ¡Y nos sentimos superequilibrados, aún por encima!: “No, es que yo soy muy racional, y lo estuve considerando y creo que es lo mejor”. Lo que tienes es una capacidad inaudita para boicotear lo que anhelas porque temes no conseguirlo. No se cambia tan rápido de opinión, cuando algo realmente va mal, se ve a largo plazo, los cambios repentinos los provoca nuestra falta de fe y coraje. Para amar debemos ser capaces de mantener nuestra opinión sobre una persona aunque algunos hechos imprevistos parezcan invalidarla, ser capaces de tomarnos las dificultades de la vida como un desafío cuya superación nos hace más fuertes y no como una señal de que hay que rendirse. Y para todo ello hace falta fe y coraje. Bien, ¿cómo conseguimos tenerlos, entonces? Estando atentos y observar el momento en que perdemos la fe y analizar las racionalizaciones que utilizamos para disimular esa pérdida de fe, reconocer cuando se actúa cobardemente y cómo se justifica. Cada vez que pienses en desistir y tengas un buen motivo recuerda que es el miedo quien te los da y es la fe y el coraje quienes te alientan a seguir, ¿a quién vas a escuchar? Y sobre todo darnos cuenta de que cada traición a la fe, cada vez que creímos en algo y luego lo dejamos por el camino, nos debilita. Y esa mayor debilidad nos lleva a una nueva traición y así a un círculo vicioso en el que acabaremos por no tener fe para empezar nada.
Ahora es momento de poner todo esto en práctica, porque puedes leerte todos los manuales del mundo sobre cómo montar en bicicleta pero sólo lo aprenderás haciéndolo. Y el mejor momento siempre es éste, postergarlo no es más que seguir temiendo. Deja de calibrar si esa persona de verdad va a amarte, si es la adecuada, si va a salir bien, si seréis compatibles… mil y una racionalizaciones que no podrás comprobar ahí sentado. Ten fe en lo que esa persona te hace sentir, ten coraje para superar los inconvenientes que os vengan sin darte justificaciones para abandonar, deja de lado tus intuiciones y opiniones subjetivas sufragadas por la poca estima que te tienes, acepta a la persona como es, perdona sus debilidades porque son las tuyas y ama, ama todo el tiempo. Si lo haces, saldrá bien. Te lo prometo. Porque la vida siempre sale bien: los fracasos no existen, sólo los desafíos que nos hacen cada vez más fuertes, más sabios, más grandes.

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