miércoles, 18 de julio de 2012

¿Por qué caminas si puedes volar?

La vida, ese asunto maravilloso, es Libertad y es albedrío, es instinto y emoción, es un vuelo libre y liberador.

Eso es la vida. O al menos así ha de ser.

Pero, por desgracia, existen también numerosos lastres y barreras que nos limitan, condenándonos a caminar y arrastrarnos por el suelo cuando, realmente, TODOS tenemos alas para emprender el ansiado vuelo.

Y la mayoría de esas limitaciones son mentales y tienen un nombre: Miedo. El miedo es algo terrible y peligroso, y lo es tanto porque, a menudo, no somos conscientes de él hasta que ya nos ha paralizado por completo. Muchas veces empieza de forma paulatina y sibilina, apenas imperceptible, simplemente vamos dejando de hacer pequeñas cosas –que no tienen importancia, nos decimos- porque así evitamos ciertas sensaciones negativas. La culpa, el temor a las consecuencias, el fracaso, el dolor… El problema surge cuando esa sensación nos resulta demasiado agradable y tentadora, ¡mira qué bien! podemos evitar las sensaciones negativas y tan solo debemos pagar el “pequeño” precio de renunciar a ciertas cosas que deseamos hacer.
Así, van pasando el tiempo y la costumbre; y una mañana te despiertas dándote cuenta de que eres incapaz de ir a por lo que deseabas. Bueno, eso si tienes suerte, si no la tienes te darás mil excusas convenciéndote a ti mismo (¡y hay gente a la que eso se le da sorprendentemente bien!) de que en realidad no ansías volar, que prefieres caminar o incluso reptar por el suelo.
Pero, como decía, si tenemos suerte nos percataremos de que algo placentero y maravilloso como emprender el ansiado vuelo nos provoca una desazón y una inquietud terrible que nos paraliza. Obviamente, esta primera sensación es muy desagradable, pero como os digo siempre, darse cuenta del inconveniente es un paso muy, muy grande de cara a solucionarlo.

Pero sí, no voy a engañaros, terrible es percatarse de que te has anclado tanto a tu miedo que ya no es que no des el paso a volar porque no es el momento, no, es que anhelas fervientemente hacerlo, es tu momento, pero eres incapaz. Es curioso el miedo, es una sensación tan limitante y paralizante… nos parece tan real, casi como si fuese un peligro físico y real, de esos  en los que tu vida está verdaderamente en riesgo, con esa intensidad lo sentimos; y realmente es algo irracional, no existe más allá de nuestra cabeza. Y aunque nuestro cuerpo no lo interprete así eso es lo que debemos recordarnos. Es una sensación, solo eso, pero no es real, nada malo ni terrible ni catastrófico va a pasarnos por cambiar el rumbo de nuestra vida.

Quizás el mejor modo de ser capaz de enfrentarse a las limitaciones que nos impiden avanzar y hacer de nuestra vida LO QUE VERDADERAMENTE QUEREMOS QUE SEA (porque vivir de otro modo no tiene sentido alguno, has venido a este mundo para vivir a tu manera y cumplir tus sueños) es darse cuenta de que vida no hay más que una, no vas a tener otra oportunidad, ¿realmente quieres malgastar esta vida que tienes así?

Entonces, una vez convencidos más allá de toda duda de que ansiamos realmente volar, eso es lo que queremos hacer y nada nos puede hacer más felices, repitiéndonos constantemente que ese es nuestro sueño y recreándonos en lo felices que nos hace, ahí comenzaremos a hallar la fuerza para enfrentarnos con nuestras limitaciones.

Piensa que eso es lo más importante, tú mismo, tus sueños y tu libertad son lo más importante de este mundo. Mucho más que la sensación de culpabilidad, que la opinión de los demás, que los posibles obstáculos que tengas que afrontar. Nada, nada, nada es más importante que TU LIBERTAD PARA SOÑAR Y VIVIR. Créetelo, métetelo en la cabeza, tienes derecho a eso, has venido a este mundo para realizarlo, y bien está que te enfrentes a cualquier obstáculo que te lo impida. El más grande está en ti mismo y lo sabes, ese miedo absurdo que te tiene atado.

Sueña, vive, ama, confía, vuela, sé libre… porque del miedo nunca ha surgido nada positivo, pero del amor y de la confianza… salen las vivencias más maravillosas que podemos experimentar los seres humanos. Merece la pena luchar, merece la pena confiar, merece la pena vivir.

Y como siempre, si lucháis venceréis; ya que, al igual que en el video con el que me despido, aunque os parezca imposible, cuando os enfrentéis al terrible miedo descubriréis que solo era humo…

http://tu.tv/videos/atrevete-_7

martes, 10 de julio de 2012

La pregunta no es si debes, la pregunta es si quieres.

Antes los objetos se fabricaban de manera artesanal, lo cual garantizaba que ningún objeto era nunca exactamente igual a otro. Ni falta que nos hacía. A nadie le importaba tener una cuchara que no fuese perfectamente ovalada o una silla que tuviese una veta de más. Antes al contrario, esto hacía que se pudiesen reconocer los objetos como propios, fijándose en los detalles uno podía constatar si ese era realmente su objeto. Y ahora, con el paso de los años, cuando nos topamos alguna antigüedad en la que quedan patentes las maracas de su proceso de fabricación o no son todo lo perfectas que cabría esperarse, irremediablemente sentimos que ese objeto tiene personalidad propia, que tiene alma, pues cada cual es único e irrepetible.
Lo valoramos tanto porque hoy ya no es así. Todo se fabrica en serie, asegurándonos de que cada objeto es exactamente igual a la plantilla original, y si esto no fuese así lo desechamos por considerarlo defectuoso.

Pero, por supuesto, de lo que quiero hablaros no es de objetos sino de personas. Por desgracia, este mismo modo de enfocarlo ha ido aplicándose cada vez más a los seres humanos.
Parece que todos tenemos que ser iguales. Vestir igual, pensar igual, gustarnos las mismas cosas y, lo peor de todo, comportarnos del mismo modo, ese que la sociedad considera normal y aceptable.
Y esto lo que está generando es personas frustradas que deben preguntarse constantemente cómo deben ser, qué deben hacer y no qué QUIEREN hacer.
Vale que vivimos en una sociedad, y que para que esta funciona han de ser acatadas ciertas normas y estilos de vida, sino esto sería un caos. Pero de ahí a que alguien dicte nuestra personalidad hay un largo trecho. Y para ello vuelvo al ejemplo de los objetos. Una cuchara tiene que servir para comer una sopa, eso es así y no hay más vueltas que darle, pero dentro de eso, no tiene que ser exactamente igual a las otras. De hecho, el progreso siempre ha surgido de los “errores”, un objeto que no salió como se esperaba y acabó descubriéndose que era más efectivo que lo que venía usándose hasta la fecha.
Cada persona es un maravilloso, fascinante y encantador mundo que nunca es perfecto. La magia de la vida es que cada uno aportamos algo diferente. Si todos fuésemos  prácticos y racionales, algo que nuestra sociedad valora, no habría lugar para los sueños ni el idealismo y el mundo se estancaría. Si todos fuésemos ordenados y puntuales no habría lugar para la aventura. Y así podría seguir en una lista interminable. Todo es necesario y, sobretodo, TODO ESTÁ BIEN.
No gastes tu tiempo y tu felicidad pensando en cómo debes ser. Sonríe si tienes ganas, no porque todos te digan que debes ser agradable o feliz; habla si tienes algo bello que decir, no por llenar un silencio; canta si el cuerpo te lo pide, no dejes de hacerlo por el qué dirán; confía en los demás cuando el corazón así lo mande, no lo reprimas porque te tachen de inocente o no entiendan que alguien te genere confianza con tanta rapidez; sé sensible, llora y emociónate si tu alma así lo siente y no dejes que te digan que eso es de débiles. No, es de vulnerables que no es lo mismo, y ser vulnerable, contra todo lo que pensamos, es una de las cualidades más maravillosas del ser humano, porque para amar es necesario ser vulnerable. A fin de cuentas, ser vulnerable no significa otra cosa que estar vivo, que las cosas las sientes y las padeces y que no eres una máquina sin corazón a la que ninguna emoción desestabiliza.
Aunque demasiado a menudo parece que queremos crear máquinas más que personas. Te dicen que lo hacen por tu bien y ellos así piensan que es, tus padres, maestros y mayores quieren protegerte del mundo y su dolor y para ello y te dicen que debes ser fuerte, que no has de llorar, que no deben afectarte las cosas, que no debes confiar en nadie, que no deben notar tu bondad porque se aprovecharán de ti. Y así comenzamos a ponernos esa coraza con la que tanta gente camina por la calle y nos hace parecer a todos iguales.

Pero en cada corazón late un alma diferente. Y así ha de ser. Y si el mundo te daña y duele volverás a levantarte pero siempre tendrás el consuelo (y no sabes cuán grande es este consuelo) de haber hecho lo que creíste y te has sido fiel a ti mismos. Eso es VIVIR, comportarse acorde a lo que uno siente. Serás feliz siempre que seas tú mismo, porque pase lo que pase, tendrás paz dentro de ti. Y la paz es la felicidad. No es el éxito, ni la admiración social, ni conseguir lo que te propones, ni ser el mejor. La única forma de ser feliz es teniendo paz dentro de nosotros. Y solo hallarás la paz si eres tú mismo.
Así, dejemos de preguntarnos cómo debemos ser, qué debemos hacer o si nuestro modo de comportarnos es adecuado o correcto o “está bien”. Se tú por encima de todo y de todos, siempre tú, y verás como todos comienzan a respetarte. Pero primero has de comenzar por respetarte tú mismo y decir: aquí estoy y me siento orgulloso de ello.

viernes, 29 de junio de 2012

Ya has llegado

Te quiero no por quien eres, sino por quien soy yo cuando estoy contigo”

Todos, de algún modo, nos escondemos tras alguna fachada. Con ella intentamos parecer más inteligentes, más atractivos, más simpáticos, más encantadores... en definitiva intentamos buscar así la aprobación de los demás para que nos valoren, respeten y quieran.

Porque el mayor anhelo -muchas veces oculto- de TODO ser humano es que lo amen. Todos nuestros actos van encaminados a eso. Incluso quien escapa a toda costa del amor se está protegiendo para el tremendo dolor que le causaría sentir su ausencia si se acaba. Incluso esa persona adicta al trabajo que descuida a los que le quiere, está en realidad poniendo en práctica el modo que aprendió para encontrar la aprobación de los demás.

Y ese es precisamente el problema, cuando el modo que buscamos para que nos amen es alejarnos de la persona que realmente somos, buscando una perfección que nunca llega, y esperando ese día utópico en que la alcancemos y al fin nos quieran, al fin hayamos llegado a la meta y podamos descansar en paz. Porque todos buscamos la paz, la paz y el amor son dos cosas bien parecidas, hermanas gemelas diría yo.

Si buscamos que nos amen siendo perfectos jamás conseguiremos sentirnos amados. Jamás. Porque NUNCA serás perfecto, asume esto. Sino que cada vez te sentirás más y más frustrado, porque descubirás que cuanto más y más te esfuerzas más camino queda para alcanzar la perfección. El modo para quedarte en paz contigo mismo, para hacerte una persona digna de amar es PERDONARTE. Asumir que no eres perfecto y no lo vas a ser jamás pero que, pese a ello, MERECES que te amen. Esa es la clave: entender que no hace falta ser perfecto para merecer amor.

Eres una persona extraordinaria, lo sé incluso sin conocerte. Lo sé porque tienes sueños, pasiones, anhelos, sentimientos, capacidad de reír y llorar, de emocionarte y apenarte, de disfrutar con lo que te gusta y de entristecerte con lo que duele. Todo eso ya te hace merecedor de que alguien te ame.

Y el día que entiendas eso irás soltando el lastre de la perfección, comenzarás a comportarte tal cual eres, te olvidarás del maquillaje y la corbata. Y entonces, un día, un maravilloso día, alguien se enamorará de ti. Porque nos enamora la gente sin artificios, la gente capaz de mostrarse tal cual es, la gente que no vive en tensión por si comete un error, que no vive siendo irascible ante cualquier crítica. ¿Y por qué nos enamora esa gente? Os digo siempre que tratamos a los demás como a nosotros mismos, y cada vez se me hace más evidente. El que vive enfadado con todo, que salta a la mínima, que todo le crispa, ese está muy enfadado consigo mismo. El que critica, exige y no perdona, ese no se perdona a si mismo. Y por eso, el que se acepta tal cual es, trata con afecto a los demás. Y eso es algo que todos percibimos, cuando alguien no nos juzga, no nos condena, sino que nos da la mano cuando caemos, sonríe ante nuestros errores y nos acaricia cuando menos creemos merecerlo.

Y ese día, en que te hayas liberado de tu máscara y alguien se enamore de quien hay debajo, te quedarás estupefacto porque entenderás que esa persona te quiere aún sabiendo que no eres perfecto! Y cuanto más te quiera por ser como eres más fácil te será serlo y entonces, te enamorarás no solo de ella sino de la persona que eres cuando estás con ella. Y eso es lo más maravilloso que puede pasarte en este mundo, amarte tal cual eres, hacer las paces contigo mismo y dejar de buscarla en cosas extrañas sino que descubrirás que esa paz que tanto corrías y te esforzabas por alcanzar VIVE DENTRO DE TI.

Si quieres llegar y al fin descansar deja de correr: en el momento que pares ya habrás llegado :)

martes, 5 de junio de 2012

No estoy seguro

Ya os he comentado en otras ocasiones que la experiencia no siempre es la verdad; que no todo lo que nos enseña la vida es para bien sino que, en ocasiones, es necesario echar la vista atrás para recuperar parte del equipaje con el que comenzamos el viaje y ha ido quedándose por el camino.

Uno de esas cosas es la seguridad y confianza a la hora de tomar decisiones. De niños o adolescentes tenemos muy claro qué es lo que queremos en la vida y nos tiramos de cabeza a por ello. Sin vacilar, sin “peros” que valgan, con arrojo, con ganas, con fuerza; no hay motivo para dudar, es lo que queremos y saberlo es suficiente.

El problema surge cuando, con el paso de los años, aquellas cosas a las que nos tiramos de cabeza acaban por salir mal. A veces se estropean porque somos nosotros mismos quienes hemos dejado de querer eso que tanto anhelábamos. Otras, pese a desearlo con todas nuestras fuerzas, no hemos podido retenerlo. Algunas, simplemente no hemos logrado siquiera alcanzarlo.

Y entonces llega la frustración, las heridas, el sufrimiento, la decepción; todas esas sensaciones que tanto nos afanamos en evitar.

Y precisamente, como queremos evitarlas a toda costa, permitimos que el haber experimentado estas emociones NOS CAMBIE. Y lo peor es que a menudo cambia lo mejor que había en nosotros.

No puedo ni debo hacer apología de la temeridad ni de la inconsciencia, bien está aprender a sopesar pros y contras y a pensarse las cosas dos veces antes de hacerlas. Pero dos veces son dos veces y no treinta ni cuarenta.

Lo que suele ocurrir es que acabamos por perder la confianza en las cosas, en las personas y en nosotros mismos. Sabemos que lo que hoy anhelamos mañana puede decepcionarnos o incluso podemos ser nosotros quienes perdamos el interés. Llegados a este punto, ¿en qué podemos confiar entonces? En nada, dice esa voz asustada, y comenzamos a tomar decisiones del peor modo posible: solo con la razón y desoyendo al corazón. Y la razón siempre ha sido sinónimo de prudencia, es por eso por lo que digo que comenzamos a pensar las cosas cuarenta veces, a darles mil vueltas, y cuantas más le damos más claro queda que hay peligro. Por eso, la lección que debemos aprender con los años es a tomar decisiones sabiendo que nunca estaremos completamente seguros, porque tras los golpes uno ya nunca vuelve a estar seguro de nada. Y si no lo hacemos, llegaremos a un trágico punto que es bastante habitual: nos quedamos quietos, dejamos de actuar por miedo a las heridas, si no hacemos nada ya no hay peligro, nos encerramos en nosotros mismos poniendo todo nuestro empeño en mantener el orden y las cosas tal como están, y permitimos que el mundo pase a nuestro alrededor sin rozarnos.

Bien, lo hemos conseguido, nada puede ya decepcionarnos porque no nos entregamos a nadie,  nada puede ya salirnos mal porque dejamos de intentar cosas nuevas. Perfecto, lo has logrado, has conseguido alejarte de todo lo negativo y ese día algo se habrá muerto dentro de ti: la capacidad de confiar en que las cosas pueden salir bien, en que las personas pueden tener buenas intenciones, la capacidad de creer en que puede cumplirse… en definitiva el optimismo.

Lo mejor que tienes dentro de ti es la capacidad de dejarte llevar, de permitir que la vida te sorprenda, de VOLAR… ¿Y cómo puedo volver a ser capaz de dejarme llevar cuando ya me he caído y todo ha salido mal y he sufrido? Bien, voy a darte la respuesta, esa fórmula mágica que tanto te afanas en buscar. Acércate, te lo diré bajito y al oído:

Ya todo ha salido mal, ya te han decepcionado, ya has sufrido, ya te han herido y sigues aquí y sigues vivo, ¿verdad? Pues si todo vuelve a salir mal, volverás a superarlo. Es más, si todo vuelve a salir mal, volverás exactamente al punto en el que estás ahora entonces, ¿qué hay que perder? NADA, absolutamente NADA. Y sin embargo, lo tienes todo por ganar. La vida, con sus infinitas posibilidades, con su exuberancia, con la capacidad de sentir alegría, euforia, pasión, de sentir amor y sentirte amado, con su paz, su sosiego, la capacidad de volver a sentir esperanza, de volver a tener un sueño y verlo cumplirse… La vida, con todo eso, te está esperando con los brazos a abiertos. Solo tienes que saltar y confiar. Y si caes, otra vez y luego otra y luego otra y a todo eso le llamarás MI VIDA.

jueves, 24 de mayo de 2012

Hoy decido dejar de decidir

Las personas que buscamos la Felicidad activamente a veces cometemos un error: pecamos de soberbia y creemos saber dónde se encuentra.

Y nadie puede saberlo; la Felicidad es una paradoja: no se encuentra en ningún sitio y a la vez está en todos lados, por lo que nunca sabes cuándo  tendrás la fortuna de que se fije en ti.

Pero lo que sí está claro es que aparece cuando nos hallamos en paz, sosegados y conformes con el mundo que nos rodea tal y como este es.

Siempre defenderé el hecho de tener un sueño y luchar por hacerlo realidad, esa es una de las grandes maravillas de esta vida. Porque cuando un sueño se cumple, en el cielo se ilumina una estrella, se ha cumplido el destino de una persona. Ya os he dicho más veces que creo firmemente que los seres humanos estamos aquí para cumplir nuestros sueños, cada uno el suyo, ese y no otro es el motivo de nuestra existencia.

Pero creo que eso también es compatible con otorgarle a la vida la capacidad de sorprendernos con sus bendiciones sin que hayamos de batallar siempre para que lleguen.

La vida está llena de regalos, de plenitud, de paz; pero para ser quienes de disfrutarlos a veces es necesario dejar de buscarlos.

Por eso hoy os propongo, en su justa medida, dejar de buscar llegar y simplemente darnos permiso para PERDERNOS.

A menudo, los paisajes más sublimes aparecen cuando nos adentramos por sinuosos caminos que no sabemos a dónde conducen, y no cuando nos esforzaos en seguir las indicaciones de una meticulosa guía turística.

Esto es así porque en el primer caso se dan dos circunstancias que predisponen a nuestra alma al disfrute de lo que encuentre: la paz de no tener que esforzarse y el abrir la puerta al factor sorpresa.

Así, en la vida, no está de más en ocasiones dejar de creer que sabemos exactamente cómo ser felices y simplemente explorar con tranquilidad los caminos que se nos presentan dejándonos sorprender.

Porque el que no busca llegar a un destino concreto será capaz de disfrutar con lo que sea que se le presente.


Se acerca el verano y con él el momento de decidir destino para nuestras vacaciones.
Tal vez sea momento de dar un pequeño paso por poner en práctica esta actitud y decidir simplemente perderse. Contigo.


“La felicidad está donde la encuentras, muy rara vez donde la buscas”

sábado, 28 de abril de 2012

Y amándote me amé

Hace uso meses leí algo que cambió mi modo de entender las relaciones con los demás. Fue apenas una frase del grandísimo Erich Fromm que decía que el problema que hacía que el mundo del Amor fuese tan complicado era que todos íbamos por ahí buscando que nos quisiesen, nos centrábamos en esa necesidad, pero que nadie empezaba por querer. Recuerdo que aquello me dio muchísimo que pensar.

Desde entonces he leído otros textos -la mayoría de pensamiento oriental, un modo de ver el mundo del que creo que tenemos mucho que aprender- en los que se afirmaba que era mucho más gratificante dar que recibir.

Pero todo esto no son más que palabras hasta que un buen día decides ponerlas en práctica y comprobar si son verdad. Y puedo deciros que es abrumador comprobar cuanta certeza hay en ellas.

Resulta muy chocante que pueda ser más satisfactorio amar incluso que sentirse amado. Aunque no lo es tanto si nos remitimos al amor maternal. Una madre ama a su hijo, incondicionalmente, mucho antes de que él la ame a ella, es más, seguramente él nunca llegará a amarla del mismo modo. ¿Y eso importa? No, lo que hace feliz a una madre es todo lo que da, todo lo que entrega, todo lo que siente. No lo que recibe. Y como el amor es un sentimiento universal, esto también vale para todos los tipos de amor, incluso los no sentimentales, es válido para el simple amor al prójimo. Con esto no intento hacer apología de que nos vayamos dando a todos incondicionalmente aunque no recibamos nada a cambio o incluso puedan tratarnos inadecuadamente. Tampoco es eso.

Pero sí es cierta una cosa. Si vamos buscando siempre recibir, si nos centramos en lo que van a darnos a cambio (cosa que hacemos con mucha mayor frecuencia de la que imaginamos, el mundo occidental funciona así, pensando siempre en lo que vamos a obtener y planteándonos las relaciones como una estrategia comercial de la que tenemos que obtener el mayor beneficio egoísta posible) eso nos convertirá en personas vacías. Porque el que busca recibir es porque no tiene nada dentro de sí, está vacío y siempre lo estará si vive dependiendo de lo que le dan externamente. Sin embargo, el que da se siente lleno, y cuanto más da más lleno se siente porque si entregamos es porque dentro de nosotros hay algo. Es una máxima de lo más lógica.

Es difícil expresar con palabras la plenitud y serenidad que podemos llegar a experimentar si enfocamos nuestra energía en dar y en amar. Si simplemente vemos a quienes nos rodean como seres maravillosos, con sus pequeñas debilidades ya que son humanos, que merecen ser amados tal cual son. Cuando hacemos eso, y les entregamos toda nuestra comprensión, y sonreímos con dulzura ante sus pequeñas debilidades y perdonamos sus errores y comprendemos sus miedos y somos pacientes ante sus caídas, cuando hacemos todo eso algo dentro de nosotros se queda en paz. ¿Por qué? Por otra de las grandes verdades del pensamiento oriental: porque cuando perdonamos a los otros nos perdonamos a nosotros mismos. Si os fijáis, las personas más exigentes con los otros, las más rencorosas o las que no perdonan ni una falta, también lo son consigo mismas y es con ellos con quienes están enfadadas. Por eso ya solo, por la paz interior que esto nos aportará, merece la pena dar a los demás.

Y también obtendremos otra maravillosa y sublime recompensa: si das, recibes. Esto no es una cuento de hadas ni una película de Disney, es una realidad. Y si no hagamos la prueba. Cuando somos capaces de perdonar, amar, comprender, aceptar y respetar a la otra persona, veremos como ocurre un milagro y es que esta, como  una flor en primavera, se abrirá a nosotros ya que se siente aceptada como es y no teme mostrarse. Y una vez desposeída de esa coraza que solemos ponernos para defendernos del mundo, y vestida con el agradecimiento que brota en sus interior por no juzgar ni censurar a la maravillosa criatura que es, irremediablemente esta persona sentirá el deseo de también darnos y amarnos.

El mundo es más fácil y maravilloso de lo que pensamos. Solo que para que esto suceda, hemos de ser cada uno de nosotros quienes demos el primer paso y abrirnos al mundo, y no limitarnos a encerrarnos en nuestros caparazones de egoísmo esperando que alguien entre y nos descubra.

sábado, 14 de abril de 2012

Tengamos FE.

La paciencia. La constancia. La perseverancia. El espíritu de lucha. Todos estos términos tienen algo en común y es que, para que podamos desarrollarlos, necesitamos una cosa: La Fe.
La Fe es la capacidad de CREER en que las cosas son posibles. Es una sensación de CONFIANZA que brota de dentro. Nadie puede explicárnosla, ni darnos argumentos a favor o en contra para tenerla; es algo que o hay o no hay dentro de nosotros. Aunque como todo puede aprenderse.

Y merece la pena hacerlo porque para VIVIR hacer falta Fe. Creer en que podemos conseguirlo, en que las cosas pueden suceder, en que todo puede salir bien, en que el universo está de nuestra parte y todo, absolutamente todo lo que suceda, aunque en el momento no lo comprendamos, es para nuestro bien. Esta es la clase de Fe que necesitamos para vivir. La gente busca esta sensación de confianza en pruebas reales y tangibles, necesitamos ver para creer, pero la realidad es otra: Y es que para llegar a VER primero hace falta ser capaz de CREER. Sin creer no conseguiremos ver lo que hay delante de nuestros ojos porque nuestro propio miedo nos ciega.
Pero cuando la confianza nos acompaña, somos capaces de tener paciencia, ya que sabemos que tarde o temprano las cosas ocurrirán. Y así, somos quienes de ir pasito a pasito, sin desistir, luchando en cada recodo del camino, porque esa confianza que brota de dentro es nuestro motor, el saber que acabaremos por conseguirlo es lo que nos mantiene a flote. Recuerdo un experimento que hicieron hace años en que medían el tiempo que una rata tardaba en ahogarse (lo sé, es cruel, pero obviemos eso por un momento y quedémonos con la moraleja). Imaginemos que de media tardaban 30 segundos. Bien, con el segundo grupo de ratas hacían una cosa y es que a los 28 segundos las rescataban. Después de salvadas repetían el experimento y ¿sabéis que ocurrió? Que las ratas tardaban dos minutos en ahogarse esta vez. Porque tenían FE en ser rescatadas y eso aumentaba su capacidad para resistir.

Y esto mismo ocurre en nuestra vida, si creemos resistimos más y al resistir siempre ganamos, SIEMPRE. Porque mantenernos en la brecha siempre, siempre nos enriquece.

Paulo Coelho dice que nuestras batallas personales comienzan con “La suerte del principiante”, esto es, que en cuanto nos ponemos en camino parece que todo nos va de cara y nos animamos a emprenderlo. Y que siempre acaba con “La prueba del conquistador”, o sea, que cuando ya llevamos mucho caminado y mucho luchado, y el desánimo comienza a hacernos mella y las ganas de abandonar nos rondan cada vez más, de pronto todo se vuelve más y más complicado, una prueba que sentimos como insuperable se nos plantea. Aquí es dónde casi todos abandonamos, pero es justo en ese punto, ese momento de última y extrema Fe y perseverancia donde se marca la diferencia y, si resistimos, al final llegamos a la meta y nos volvemos FUERTES.

Seré joven pero en mi corta vida llevo ya alguna lucha personal encima como para haber entendido cuánta razón tenían las palabras de Paulo Coelho. Y no os voy a engañar, ¡cuán dura es “La prueba del conquistador”! Las ganas de desistir son irrefrenables, el cansancio apenas te deja seguir avanzando y el desánimo te tienta con su melosa y sibilante voz.

Pero al final se llega y se vence. Y por eso escribo este post, para que perseveréis, para que alimentéis la Fe y la confianza. Como todas las cosas buenas de la vida hay que regarlas a diario: la fe, el amor, la alegría, el agradecimiento…
Y recordad, que un largo viaje comienza siempre con un pequeño paso y que la inercia de caminar os hará avanzar en el camino.