viernes, 3 de junio de 2011

Un alma intacta

Un día de tantos estaba San Pedro sentado a las puertas del cielo, en su mesa de despacho, dónde recibe a los recién llegados y valora cómo han sido sus vidas. Era una jornada tranquila, sin mucho ajetreo, cuando apareció por allí un hombre ya de cierta edad.
–Bienvenido –lo saludó el santo–. ¿Serías tan amable de enseñarme tu Alma?
El anciano, Bernardo se llamaba, asintió, algo inquieto como todos los que pasaban por allí, y puso sobre la mesa la caja que llevaba bajo el brazo.
–Bien, veamos que hay por aquí… –dijo San Pedro mientras abría el paquete.
El otro seguía mirándolo ensimismado, retorciéndose las manos a la espera de su valoración.
–¡Santo Dios!, ¿de verdad es esto tuyo, hijo mío? – exclamó el guardián, mirando incrédulo al hombre–Pero, ¿cuántos años tienes?
–Sesenta y siete, señor –respondió el anciano ya temblando– ¿Qué ocurre?
–¿Qué ocurre? Que esta Alma está intacta –dijo San Pedro mostrándosela.
Era una esfera nacarada, como si de una perla gigante se tratase, con su superficie perfectamente pulida. Bernardo soltó aire, visiblemente aliviado, por un momento había creído que algo iba mal.
–No entiendo cómo has podido conservarla así.
–Bueno –se animó a contar el otro, sonriente–, lo cierto es que he sido muy cuidadoso de no dañarla. Siempre que sentía deseos de hacer algo, me preguntaba primero si eso podría ponerla en peligro, y si la respuesta era que sí pues no lo hacía.
–Oh, ya veo. Entonces no creo que hayas hecho muchas cosas.
–Lo cierto es que no –reconoció el anciano con pesar–, no sabes la de cosas horribles que hay allá abajo, incluso lo que parece bueno también esconde su veneno.
–¿Ah, sí? Cuéntame. Me interesa.
Bernardo sonrió, orgulloso como nunca por haber preservado su alma intacta y que el propio San Pedro estuviese asombrado.
–Pues las personas que parecen buenas, por ejemplo, pueden herirte igualmente porque tal vez desaparezcan de tu vida y te dejen el alma herida. O la esperanza que puede dañar tu alma porque si al final no se cumplen tus deseos sufrirás… Hay que tener mucho cuidado.
–Hmm… ya veo. Entonces tú jamás has amado ni soñado, por lo que veo. Espera un segundo.
San Pedro cogió una caja igual a la que Bernardo traía bajo el brazo, la abrió y sacó una esfera del mismo tamaño que la suya pero muy diferente. Ésta tenía múltiples rasguños en la superficie nacarada, algunos tan profundos que habían atravesado el material. Pero lo que la hacía verdaderamente diferente  era la potente luz que emanaba de los cortes más profundos. Bernardo se quedó encandilado por el efecto de los dorados rayos.
–¿Por qué mi Alma no brilla? –inquirió el anciano, sin entender como un alma tan maltratada podía centellear de ese modo y la suya no.
–Porque la luz proviene del interior de la esfera y para que ésta pueda salir al exterior es preciso cortarla hasta el mismo centro.
–Pero, pero… ¡pero para eso hay que haber sufrido y haberla dañado!
–Exacto. Bernardo, –explicó con dulzura San Pedro– el Alma no está hecho para protegerla con un escudo y mantenerla intacta. Sí, permanecerá sin abolladura alguna pero estará muerta, por eso no brilla. El Alma está hecha para vibrar, para usarla, para sufrir y sentir, soñar y decepcionarse, amar y combatir.
–Entonces, ¿lo he hecho mal? –preguntó, angustiado, el anciano.
–No lo has hecho ni bien ni mal, simplemente no lo has hecho: no has vivido –San Pedro caviló unos instantes antes de proseguir–. Creo que lo mejor que puedo hacer por ti es enviarte de vuelta. Y esta vez, no temas dañarla ni herirla porque, como has comprobado, es de los cortes más profundos de los que emana la luz más potente.
–¿Y por qué sucede así?
–Porque son nuestras heridas las que nos enseñan nuestra propia grandeza. Pero hay que estar dispuesto a herirse para descubrirla.

3 comentarios:

  1. Realmente es didadactico esta enseñanza y nos da animo..
    Mariño.... Gracias mi niña por esta pequeña historia

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  2. Así es como debe ser, ya que con ánimo y paciencia se llega a todos lados :) Gracias a ti por tomarte el tiempo de leerlo y por el RT. Un abrazo.

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  3. Me encantó este cuento, tan verdadero, tan cierto... Muchas gracias por compartirlo!
    Un abrazo

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