viernes, 10 de junio de 2011

Una zanahoria en un campo de cebollas

El ser humano tiende a la repetición. Pese a todo nuestro potencial creativo, a la increíble red de neuronas que componen nuestro cerebro, a millones de años de evolución y a todos los pensamientos que generamos a lo largo de un día –demasiados–, nos limitamos a repetir ciertos patrones de comportamiento preestablecidos.
Lo de que somos el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra se nos queda corto, porque somos capaces de estar tropezando en ella toda la vida y la única conclusión que extraemos es: “es que he tenido mala suerte” No, coño, ¡vete por otro camino! Pero ahí está el quid, y es que los cambios no nos gustan.
Sé que en mis posts siempre os responsabilizo de vuestro destino, diciéndoos que lo que os pasa es fruto de vuestro comportamiento. Pero con ello no quiero decir que seáis “culpables” de vuestros tropiezos, sólo quiero que seáis conscientes de que, aunque las circunstancias sean adversas, siempre hay un factor para mejorarlas que sí está en nuestra mano: nuestro comportamiento y reacción ante ellas. Sólo que muchísimas veces no lo aprovechamos y nos quedamos culpando al despiadado destino y eso sí que seguro, seguro, que no conduce a nada.
Los seres humanos aprendemos cómo funciona el mundo muy pronto, demasiado pronto, ya en nuestra infancia y adolescencia nos damos cuenta de cómo van las cosas y qué tenemos que hacer para conseguir lo que queremos. El problema radica en que, obviamente, con los años nuestros anhelos y expectativas cambian, pero se da una extraña paradoja: pese a que ya no queremos lo mismo seguimos comportándonos como si así fuese.  Aprendemos a actuar de cierto modo, un modo que nos funciona, hasta que ese comportamiento se convierte en hábito e incluso lo incorporamos a lo que consideramos nuestra personalidad. Y cuando nuestros deseos crecen o se modifican, nosotros seguimos repitiendo un patrón que se ha quedado obsoleto y nos hará tropezar una y mil veces (como en el cuentecito de Bucay del elefante, muy, muy gráfico: http://www.miriamortiz.es/TEXTOS/VElefanteEncadenado.pdf) Ejemplo práctico: una persona que se queja de que todo el mundo bebe y que no conoce a nadie sano, y cuando le preguntas qué hace los fines de semana te contesta que va a botellones, “pero yo no bebo eh, es sólo por estar con los amigos”. Y este ejemplo es verídico porque así somos. Me parece fantástico que ese sea tu grupo de amigos y que te hayas acostumbrado a hacer eso pero si de verdad quieres conocer a alguien que no beba, tal vez deberías moverte también en otros ambientes, ¿no crees? Porque una zanahoria puede acabar en un campo de cebollas por casualidad, pero es más fácil que encuentres una zanahoria en un campo de zanahorias.
Hoy os propongo que penséis qué es eso que anheláis y en lo que fracasáis una y otra vez. Analizad con sinceridad qué queréis y qué estáis haciendo para conseguirlo. Planteadlo como un plan de marketing, analizad objetivo a alcanzar, recursos disponibles y puntos débiles. Y no temáis urdir nuevas estrategias que os acerquen a vuestro objetivo. No tenéis nada que perder, los cambios sólo pueden enriqueceros, abrir vuestros horizontes. Vivimos demasiado encorsetados, la vida es un gran y variado bufé del que nos limitamos a comer lo que un día aprendimos que nos sentaba bien. Alarga la mano, da la vuelta a la mesa si hace falta, y ve a por aquello que tanto te tienta.
Os dejo un vídeo que merece muy mucho la pena. Emilio Duró os lo explicará con mucha más gracia que yo, y la risa ayuda a retener conceptos como él dice. Lo que quiero que veáis empieza en el minuto 5:54 y continúa en el siguiente video. Por cierto, lo de las zanahorias y las cebollas, él lo dice de otro modo… :D :D :D http://youtu.be/UaZ6DkFm8PE

No hay comentarios:

Publicar un comentario