sábado, 6 de agosto de 2011

Ritmo isleño

Ritmo isleño, ¿qué es eso? ¿Acaso un nuevo tipo de danza? ¿El baile del verano? Nada más lejos, con esta expresión me refiero a una forma diferente de tomarse la vida.
Hace unas semanas tuve la oportunidad de visitar las hermosas y exuberantes Isla Cíes, integrantes del Parque Natural de las Islas Atlánticas. Me fascinaron sus paisajes, la transparencia de sus aguas, sus historias de piratas y monasterios abandonados, su siempre agradable brisa atlántica, su arena aterciopelada y sus verdes colinas; paisajes dignos de grabar en la retina para poder ser evocados en el recuerdo  una y mil veces.
Pero lo mejor de las islas no era su belleza sino algo mucho más etéreo e intangible, difícil de describir pero fácil de percibir: lo que se conoce como ritmo isleño. Y es que en las islas todo se ralentiza, a las pocas horas de permanecer en ellas comienzas a sentir que el tiempo se detiene o, mejor dicho, que deja de importarte qué hora es. Y es precisamente esta falta de preocupación, este abandono de la obsesión constante por el reloj, lo que hace que cada instante sea eterno. En las Cíes descubres que no son necesarias máquinas artificiales que cronometren los minutos y segundos, sino que cada cosa tiene su momento y que no hace falta más que dejarse llevar para descubrir el ritmo propio de las cosas, el pulso de la tierra.
Pocos dichos populares me parecen tan ciertos como el que reza “Quien piensa que su tiempo es oro lo convierte en calderilla”. Por alguna razón, cuando nos empeñamos en exprimir cada instante, cuando ansiamos estirar cada segundo y concentrar el mayor número de vivencias en el menor tiempo posible, una desagradable sensación de insatisfacción se apodera de nosotros. Por el contrario, cuando El Tiempo deja de preocuparnos y simplemente disfrutamos de cada instante único, poniendo todos nuestros sentidos en disfrutar de una sola cosa, una maravillosa sensación de plenitud nos invade. Y decimos, “¿pero todavía son las seis?”, y es que en un solo instante hemos concentrado mayor satisfacción y hemos VIVIDO más que en muchos días y semanas de frenetismo.
Tal vez la causa de esta aparente paradoja no sea más que la paz interior de la que os hablo últimamente. Cuando estamos en paz, libres de tensiones y de ansias, cada momento se hace eterno porque nuestra alma está volcada en ese instante único, ese que jamás volverá pero que a la vez se quedará grabado para siempre. Y es entonces cuando la vida brilla con toda su intensidad, los colores se hacen más vivos, la brisa más agradable y el calor del sol más reconfortante. Así, una vez más se nos hace evidente que la vida siempre es igual de benevolente y maravillosa, cada día que amanece se despliega exuberante ante nosotros regalándonos toda su magia, lo único que cambia es nuestra forma de percibirlo.
Por todo ello, aunque no sea fácil mantener el ritmo isleño una vez que volvemos al continente y los relojes nos persiguen por doquier, merece la pena hacer el esfuerzo de dejarnos llevar más a menudo, disfrutando así de esa paradoja de hacer cada instante eterno.

2 comentarios:

  1. ciertamente somos los seres humanos, quien con un reloj o necesidades creadas llevamos una vida ajetreada y estresada que no deja mas que insatisfaccion y agotamiento. Es solo cuando nos desconectamos de ese dia a dia que sentimos la verdadera paz interior y principalmente que pocas cosas superficiales y materiales hacen falta para vivir y ser felices, pero la paradoja es que nos gusta o nos han llevado a amar el concreto, el smog y el reloj y ppalmente el consumismo, esta en cada quien buscar su equilibrio, su paz su ausencia de tiempo en el lugar donde vivimos nuestra cotidianidad.
    Como siempre me agrada lo que escribes amiga!! feliz fin de semana

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  2. Más bien nos han enseñado a vivir así, pero como dices la clave está en buscar en nuestro interior y nuestro entorno ese ritmo isleño. Gracias por comentar, disfruta tú también :)

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